domingo, 23 de octubre de 2011
El Pensamiento como Consecuencia
No es casualidad que un hombre cuente con más demonios a su carga cuando más joven es. La vida de un hombre, como ha quedado demostrado en varias ocasiones, es la perfecta síntesis del ouroboros, o cualquier otra analogía simplista que demuestre que el final es donde parten, parafraseando una pieza musical. Dentro de la medicina moderna se conoce este fenómeno del hombre retornando a sus primeros ciclos de vida durante las últimas décadas de existencia física, y se toman todas las medidas justas y necesarias como dicta la ciencia moderna y occidental para contener al hombre. Pero me estoy yendo de foco, pues no es el hombre en sí lo que me interesa, sino expresar otra clase de cosa.
La génesis del pensamiento o el ejercicio del pensamiento libre tiene su espacio justamente en el lugar donde un hombre pueda escucharse a sí mismo. De esta manera, podemos deducir que cualquier persona que piensa y no piensa está ejerciendo su libertad de acción y su libertad como crítico y hacedor de su realidad solo en los momentos en que no está rodeado de factores que lo distraigan, lo ocupen o, aunque sea, lo muevan por los hilos de la rutina.
La Máquina ha sido diseñada por el hombre, es cierto, pero la máquina ha sido diseñada, como toda creación humana, durante los tiempos en que sus creadores podían ejercer el pensamiento libre, la génesis de todas las cosas que nos rodean y que son producto del hombre. Inclusive puede deducirse que fue astutamente diseñada para evitar el ejercicio del pensamiento libre, o, en la mayoría de los casos, atenuarlo lo suficiente como para que el hombre común, a quien el escritor le habla, no pueda tomarse su tiempo para contemplaciones lo suficientemente importantes. Sin embargo, así como el hombre no es perfecto, la Máquina tampoco lo es; y aunque se ha ido perfeccionando con los años, agregando cachivaches y nuevos engranajes para facilitar la distracción, no logra su objetivo por completo, que es en primer lugar la estructuración del hombre en el molde, y luego, la sumisión y la cooperación, quizá la palabra más importante que determina a la Máquina.
El hombre sin ejercicio del pensamiento libre, habrán observado, no es hombre. El pensamiento libre como génesis de todo lo que un hombre hace o deja de hacer determina que un hombre no puede serlo sin tener su propio espacio. Lo que genera la Máquina, fuera de un alto índice de hombres descontentos, ha sido una buena manera de verse envuelto en un marco social o estructural del que ya no se puede escapar, pues la Máquina también adoptó la forma de Ouroboros y aunque se devore a sí misma, se perfecciona y se ve cada vez mejor, más moderna, cambiando a lo largo del tiempo.
La Máquina ha tenido grandes tropezones, no obstante. El hombre es impredecible, y la Máquina, como buen mecanismo que es, no puede adaptarse a un cambio drástico y repentino. Quizá la mayor lección que haya aprendido ha sido que el hombre necesita su pensamiento libre, el ejercicio del pensamiento crítico y la síntesis de la realidad y la libertad para un pleno desarrollo. Es por esto que la Máquina ha desarrollado miles de artilugios para mantener al hombre ocupado al punto de suprimir en su gran mayoría todos los supuestos intentos de libertad que realmente lo descolocan del molde, dandole en su lugar la fantasía del libre ejercicio cuando solamente lo está realizando dentro del perímetro designado por la Máquina.
Una realidad cruda con la que cualquiera puede toparse resulta bastante cruel, en consecuencia; la verdadera libertad no existe dentro de los perímetros de la Máquina, y la que ha quedado afuera, ya que estamos tan acostumbrados a los entornos de la Máquina, nos resulta horrorosa y demasiado vasta para conocerla del todo. Nos negamos a abrir nuestro pensamiento hacia la libertad, pues estamos demasiado a gusto en los perímetros que nos han sido asignados, y nos conformamos teniendo una vida finita (como todo hombre) dentro de parámetros que nos ayuden a morir con relativa dignidad.
Estas palabras, querido lector, no son sino la síntesis de miles de voces de alerta que otros hombres han enarbolado ya antes como banderas. Orwell es solamente uno de ellos; les invito a que empiecen a enumerar casos de otros que nos han advertido antes, y que han sido tomados como una linda referencia que hay que mirar de lejos.
Este texto también trabaja en función de la Máquina, después de todo; no existe la originalidad en esta clase de pensamiento, ni tampoco otra función que la de la difusión. Y, como siempre, la Máquina vuelve a ganar, pues ha aprendido a lo largo del tiempo que es mejor asimilar que aniquilar.
Querido lector, espero que haya pasado un lindo rato dándole un par de caramelos a su mente. Cierre la puerta al salir y aléjese de la nicotina; no hay máquina que lo salve de eso.
miércoles, 19 de octubre de 2011
La Puerta-Pincel (sobre las analogías)
Esta analogía, sacando de lado el hecho de que justamente hablamos de este tipo de recurso literario, es de las más simples que se le puede dar a cualquier significación, pero cualquier lector de esta clase de textos encontrarán en estos y otros escritos reflejos de esta clase de muletas simbólicas, dando la errada percepción de que el filósofo es un artista en parte, cuando en realidad, es en parte un artista.
Bukowsky dijo hace ya bastante tiempo que 'un intelectual es una persona que dice algo simple de manera complicada, y un artista es una persona que dice algo complicado de manera simple'. Agarrándonos a esta idea puede saberse que en cierto tipo y cierta clase de textos estos dos antagonistas se concilian, y las hay también en las cuales no existe conciliación posible, especialmente en el período histórico en el que nos encontramos.
Hay que admitir una cosa. Cualquier arte, sea cual fuere este, está dirigido y tiene su génesis en una parte alógica del hombre, parte de su base física animal y su carga sentimental sublevada, a veces, por el uso de la psique. El arte de la palabra no escapa a estos parámetros; lo que se evoca con ello es tanto deleite para la mente como chupete del corazón. Pero como se mencionaba antes, atravesamos un período histórico por el cual el arte ha sido separado de su verdadera mención, o por lo menos, el sentido que el autor tiene respecto al arte; se lo utiliza como si fuera un vehículo de muchas cosas y se prostituye, a veces, al mejor postor; más el arte por el consumismo propio muchas veces carece del verdadero sentido de arte que antaño se le daba. No vamos a ponernos a explicar qué es lo que se ha perdido, pues deberíamos hacer un detallado informe sobre el cambio simbólico en la carga artística, prerrogativa que no nos interesa atender ahora. Sí aclararemos que el arte ha perdido, en general, el carácter humanístico que lo caracterizaba, al darle la mano al sistema monetario de turno.
Por el otro lado, y con ese sentido de arte banalizado y ninguneado, los filósofos de turno cada vez se vuelven más abstractos, teóricos y difíciles de asimilar sin el necesario andamiaje anterior. Son pocos los casos contados hoy día en que las grandes mentes del pensamiento contemporáneo cesan de discutir en su códice pre-pactado para poder hablarle al mundo entero, cuando no se ve realmente que la analogía es la mejor manera de introducirse en cualquier mente. Todo esto viene de parte del andamiaje previo que cualquier hombre tiene, trae y consigue en su propia persona. De esta manera, se podría lograr destruír un poco el abstracto para poder conseguir el consenso común a través del arte de la palabra en su forma más esencial: la analogía.
Hay un detalle que, igualmente, perturba al lector y al autor al mismo tiempo. La previa analogía de la Rosa nos hace pensar que solamente los pétalos de la rosa en sí (el arte) es lo que llama la atención y hace a la Rosa una Rosa, mientras que la estructura que la sostiene (el andamiaje lógico abstracto) es poco notado, o innecesario. Puede discutirse sobre esta analogía miles de puntos de vista, pero el que preocupa es el hecho de que una rosa no puede ser rosa sin pétalos, ni sin tallo, ni sin espinas, ni tampoco sin hojas. Para vivir, una Rosa debe tener todos estos elementos consigo.
La deducción más próxima es, entonces, que un hombre no puede ser hombre sin tener su carga artística y su andamiaje lógico consigo. Pero esto es una deducción de segunda mano de una analogía, así que tómenla como de quien viene.
Querido lector, una vez más muchísimas gracias por su lectura. Lo despido advirtiéndole una vez más que se aleje de la Nicotina. Nos leemos al rato.
miércoles, 12 de octubre de 2011
Lo Diametral como Proceso
El ciclo está formado por tantos elementos como uno quiera ver, como siempre, y como decía el bendito francés que jamás dejó notas escritas; el punto de vista determina el objeto de estudio. Podemos verlo como un complejo zodíaco porque nos gustan las doce divisiones, y quizás otros podrán tener en cuenta otras cifras, otros simbolismos, otra morfología de dividirlo. Como en este blog lo que se intenta es ser lo más simple posible desde la concepción del escritor, vamos a ir al grano y a dividirlo en dos, como tantos nos encantan las polaridades y las dicotomías.
Tenemos dos posiciones, dos ángulos, dos temperaturas, dos maneras de verse a sí mismo; pero lo imprescindible siempre es ver lo que el proceso hace (o nos hace) hacer. La gran mayoría de nosotros podrá identificar en esta parte del proceso como a la persona que descansa y a la persona que trabaja, la persona sumida en la fiebre loca del creador y a la cual la mente le lleva por parajes inexplicables. En síntesis, ambos son dos caras de una misma moneda, lectura y escritura, o escritura y lectura, dependiendo de vuestros gustos.
Generalmente lo que podemos deducir de todo esto es muy simple; la vida de un hombre se escribe y se lee al mismo tiempo, o quizás por turnos, o, quien dice, quizá no exista esa parte de escritura o aquella otra de la lectura. Y aunque el mundo esté poblado por gente que solamente quiere escribir o que simplemente quiere leer, es difícil engañarse y dejar pasar el resto de guiños inconfundibles que tenemos en nuestra propia naturaleza. Es una cosa que el hombre no puede conciliar debido al miedo que provoca, pero que sin embargo es inherente a la naturaleza humana misma; el hombre es totalmente mutable, es inestable, es incongruente y es incognoscible en toda su dimensión, ni tampoco está totalmente completo en todo momento. Lo más cierto es que todo aquello sobre lo cual no podemos tener control nos excita, pero de la manera que lo hace una trama terrorífica, en la cual sufrimos el papel de víctimas simplemente para ver qué había adentro del ropero. No existe tampoco el hombre sin un ápice de curiosidad. Los hombres que se jactan de simplistas tienen sus gramos de mediocridad y sus kilos de razonamiento; pero tampoco existe el hombre simple en ese sentido. Un hombre simple como se define en la teoría tendría el mismo animus de una piedra.
Todo este texto de poco sentido y desordenada lógica nace de un planteo simple, que es uno de los más abundantes que pueblan la mente de los hombres -en gran parte gracias a la sociedad que nos hemos construído-, y que es simple en el planteo y difícil en resolución; qué hacer con tu vida. De una manera u otra, el hombre tiene una llamada hacia algo con lo que se siente cómodo haciendo o creando, y como los hombres también llevan la semilla de la génesis consigo a todos lados, ese algo es lo que los va a llevar bien adelante, y bienaventurados los que tienen esa llamada del deber o del ser (básicamente, lo mismo) en un lugar cómodo dentro de la sociedad. Sin embargo gran parte de los hombres que nos pueblan no están del todo satisfechos (saliendo de la frustración constante, que es tema que la Nicotina tocará en algún otro momento), puesto que su llamada o su foco está en un lugar en el cual la sociedad no facilita la llegada; es más, a veces la complica en exceso. Los hay creadores de revoluciones, y los hay que luchan por una causa sin cesar, también están aquellos que tienen un gusto único y no pueden compartir su concepción con el mundo debido a que es demasiado raro, demasiado único.
Y, como siempre, el ejemplo del que suscribe; escribir para ganarse la vida o escribir por gusto. Escribir esmerándose en hacer buena letra y narrar historias coherentes y cargadas de buen contenido literario, o escribir la fantasía que brota de mis parajes mentales y atenerme a las consecuencias; que varios escritores han pagado con su integridad física y mental el hecho de haber acatado la llamada del ser (o del deber), pues, como toda llamada, es un hambre que devora a los hombres con la insistencia de la insatisfacción.
Pero como bien decían nuestros queridos griegos, todo es cuestión de equilibrio, y como no vivimos en un idilio, ni tampoco somos idílicos, hemos de sopesar las consecuencias de sobrevivir felices o vivir infelices.
Este proceso, diametralmente opuesto, es en el cual el hombre oscila cual péndulo, esperando que la incesante marcha de aquel viejo enemigo, el tiempo, los congele en alguna de las dos. Mientras tanto, el anclaje físico y mental se va desgarrando por el movimiento, poquito a poquito.
Los dejamos con un abrazo y unos mates, siempre advirtiéndoles respecto a la nicotina, y, esta vez, respecto a vuestro propio tiempo. Que tengan buenos días.
lunes, 26 de septiembre de 2011
Dear, Beloved Vertigo
Siempre había tenido problemas con las alturas. Si sus pies estaban medio metro o más del nivel del suelo empezaba a sentir esa inevitable atracción horrorosa de nuevo; la fuerza de gravedad fugándose a través de su mirada, poniéndole miles escenarios posibles para poder ponerse a caer. No necesariamente era una persona temerosa; era, en realidad, un hombre común y corriente, exceptuando esa pequeña manía de no querer darse cuenta si realmente estaba en un lugar elevado.
Llegó un punto en su vida en que encontró un vacío de horas propicio para darse un descanso del resto. Pero también tomó un turno extra en el trabajo, y lo mudaron a otro edificio de la empresa para la que laburaba; ahí fue cuando decidió darse un poco más de pelota a sí mismo, cuando su oficina empezó a estar en un piso veinte; la obsesión de los arquitectos por vidriar todos los edificios lo tenía constantemente nervioso, y evitaba mirar a cualquier lugar que no fuese su terminal, para evitarse malasangres. En una situación debió vomitar dos veces seguidas, en otra, retirarse excusando que no tenía resto y que estaba enfermo. Cuando la situación se volvió tan intolerable que el único momento feliz de su trabajo constaba en el viaje de ascensor del final del día, se dio cuenta que era hora de intentar cerrar esa puerta de una vez y por todas.
Empezó buscando terapias específicas, pero costaban demasiado dinero para un simple oficinista como él. Y casi sin quererlo y sin darse cuenta, una de esas noches que esperaba el subte para volver a su casa encontró los carteles pegados de aquel grupito. Con una ilustración similar a algún grabado renacentista y caracteres inusuales para llamar la atención, aquel grupo adjuntaba una dirección de mail, un número telefónico y palabras alentadoras. “Te ayudamos a curar tus fobias. Todos juntos podemos. Compartiendo tu experiencia podés ayudar a otros”, decía el cartelito.
Luego de arrancarlo y de la posterior leída lo hizo un bollo y lo metió en algún bolsillo, olvidándose del asunto. Lo que menos quería era estar entre señoras de 40 y señores de 50, relatando experiencias traumáticas y bebiendo cerveza algunas horas de su vida.
El tiempo, ineludible como siempre, le trajo un par de respuestas. Que quizá tenía un problema neurológico; que tomara unos calmantes, que empezara a hacer más gimnasia. Las manecillas marchaban y marchaban y él, cliente predilecto de la farmacia de barrio, seguía trabajando insalubremente en contra de su propia constitución física. El papelito nunca salió de su bolsillo, excepto aquella noche, ya casi terminado su turno, en que pensaba seriamente en estrellas un escritorio contra alguna de las paredes vidriadas.
Recordó sus propias palabras, recordó lo que había pensado al ver el papelito por primera vez y se dio cuenta de que se sentía realmente estúpido reconsiderando esa posibilidad. Pero los horarios del grupo distaban solo media hora de su turno de trabajo, y pensó que no perdía nada yendo a confirmar sus sospechas.
La oficina, miserable y poco pulcra, no parecía más que un departamento burocrático olvidado y absurdo, algo como la Oficina Federal de Impuestos de la Década del ’40. La señora, que rondaría su medio siglo de vida, le extendió la forma de conformidad y lo miró como quien examina un insecto. Garabateó algo y entró por la puerta señalada. “La asistencia es gratis, no se preocupe”.
Asistió a la charla y, sorprendido, notó que la edad de las personas era, en su mayoría, de la veintena a su edad (unos 35 años para ser exacto). Mucha gente joven se agolpaba una contra otra, en círculo, mientras que alguno tomaba la palabra y contaba sus progresos de esa semana. Era denigrante escuchar que una persona que tenía fobia a las arañas se había dejado picar por una, por primera vez en quince años. Denigrante y peligroso, confirmó al escuchar cómo un señor había logrado fumar un cigarrillo después de siete años de no fumar. Empezó a pensar que quizá ese grupo era un extraño grupillo de personas algo locas que simplemente se reunían para reafirmar su condición de mentalmente estables en un mundo un poco tumultoso. Pero también se dio cuenta de que lo único que lo separaba de ellos era que él todavía no había hablado, y hacía solo una hora había pensado en lanzar un escritorio desde un veinteavo piso.
Habló un poco, se cayó otro poco y dejó que la gente hablara. Cuando comenzó a aburrirse, la reunión terminó y, con un estruendo de sillas, la gente comenzó a salir. Se dio cuenta de quienes eran los nuevos, como él, porque se apresuraban a dispersarse en la calle sucia y mal iluminada; el resto, los viejos conocidos, salían con paciencia y tranquilidad.
Salió sereno, se quedó mirando el edificio mugriento al que había entrado y se dio cuenta que todo aquello había sido una mala idea. Estaba a punto de irse cuando una mujer, de unos treinta años, le preguntó si quería unírseles; como hacían siempre los viernes después de la charla de grupo, irían a beber algo por ahí. Decidió que un rato más con aquellas personas no sería tan tóxico como atiborrarse de calmantes e irse a la cama viendo una repetición por televisión.
Después de una hora en un bar cualquiera de las cercanías, el grupo (que contaba de unas treinta personas) se movió al hogar de un miembro probablemente antiguo; un hombre que poseía un piso entero en un edificio de las cercanías. Para su desgracia, no se dio cuenta de a donde lo llevaban hasta que se encontró dentro; un décimo piso, con balcones en tres paredes. Eso era condenadamente genial.
También se sintió ampliamente decepcionado cuando, luego de beber algo (concentrando toda su mirada en la única pared del lugar), el grupo comenzó a subdividirse en grupos que se movían, se insinuaban y se tocaban de manera tan alegórica que le hacían sentirse incómodo. Una pareja joven se le acercó y masculló algunas frases estúpidas, como que les disculpara si no le gustaba el ambiente, pero que esa era una manera más de terapia, una manera perfecta para distenderse y despejar la cabeza, y que eran un grupo muy unido… Los alejo con un gesto y con una cara de malos amigos y se fue caminando hacia el balcón, con una botella a medio vaciar en una mano.
Soplaba una brisa fresca y propiamente nocturna cuando escuchó los pasos. También estaba a punto de irse cuando le preguntó, aquella voz realmente joven, si él no era vertiginoso. Contestó que sí y que realmente no le importaba caerse.
La muchacha no llegaría a los veinte años. Ampliamente ornamentada con pines, ropas desgarradas y marcas de bandas (o bandas de marcas), era un cartel viviente de la decadencia de la juventud. Sin embargo, tenía unos ojos serenos, algo insidiosos quizás.
-Yo también tuve vértigo en una época –dijo ella –Es una sensación que realmente extraño-
-Claro, y ahora me vas a decir que con esta “terapia” que están gimiendo tus amigos te curaste, ¿no?-
-Neh, para esas cosas tengo otros lugares. Estos chicos sin divertidos y muy activos, pero no me gusta mezclarme a ese nivel con ellos-
El silencio le recordó que seguía sintiendo vértigo. Bebió un trago largo y le preguntó a la chica.
-¿Cómo es eso de que extrañás el vértigo?-
La muchacha se estiró como un animalito y luego, reposando sobre la baranda del balcón, contestó:
-Es particular, eso. Porque no es un miedo en sí; es incomodidad. No quiero decírtelo porque a vos no te gusta… pero… concordarás conmigo en que…- la chica miró para ambos lados y luego se encogió de hombros –Neh, dejá, no importa-
-Ahora decime, piba- contestó
-…No me digas que no tenés ganas de tirarte. Es decir, el vértigo es eso; las ganas de caerse. Más de una vez me imaginé a mí misma volando por el aire, estrellándome contra el suelo; otras, colgada como un mono de barandas como estas. Y otras veces, tropezándome, cayéndome sin darme cuenta, siempre cayendo. Pero lo que tiene de maravilloso el vértigo es que precisamente te genera una sensación de desamparo, pero sin embargo lo querés. El vertiginoso medio odia las alturas como un cura odia las prostitutas; con desprecio, porque saben que es el placer negado y no permitido. Si un cura coge no es más cura, desaparece, deja de ser, por más tentado que esté. Si un vertiginoso se tira, se destroza, y pierde su vida con el placer de la caída, de correr en el aire a abrazar el pavimento.-
Un escalofrío de terror le recorrió la espalda. La piba realmente era tan macabra como el resto del grupo.
Sin embargo, ella vio esto en sus ojos, y continuó, aún sin quererlo:
-¿Me vas a decir que nunca te imaginaste en la cima de un edificio, sintiendo como la tierra te llama?¿ O que nunca soñaste con que el viento te recorre la nuca con sus lenguas, mientras no hacés nada más que disfrutar de ese último instante de vida? ¿Aunque, sin embargo, tu cabeza te grite que no y tu propio instinto animal te proteja, que tenés ese otro instinto, el de caer…?-
Volvió a beber un largo trago y dejó la botella en el piso. Preguntó bruscamente:
-¿Y vos como te curaste el vértigo?-
La chica puso cara de decepcionada y poyó su cabeza en una mano, mirando el horizonte. Con un aire de derrota, dijo:
-El vértigo no se cura, se acepta. Cuando pesé las cosas que me importaban, me di cuenta de que ese placer era tan chico comparado con el resto de mi vida, que la verdad que no valía la pena. Pasa lo mismo con cualquier otra cosa; trabajo, drogas, o lo que fuera. Crecer es aburrido…-
Él no contestó nada. Simplemente le dio unas palmaditas en la espalda, pasó por el grupo semidesnudo de gente que comenzaba a copular y dejó el edificio como la sombra que era.
Obviamente, volvió a su trabajo, y luego de pensarlo bien, rompió un matafuegos contra una de las paredes vidriadas, lo que le ganó el embargo de su sueldo y el despido de la empresa sin un solo peso. Pero se rió tanto cuando bajó y vio el matafuegos, todavía destrozado contra el pavimento, que supo que había valido la pena.
Sigue siendo un vertiginoso, y he llegado a saber que atiende un puesto de diarios cerca de donde un grupito de autoayuda, que genera culpa por sobre las fobias, sigue abriendo sus puertas a gente que intente destrozarse, emborracharse o coger.
jueves, 8 de septiembre de 2011
Pequeño Manual del Adicto Desesperado
Antes de comenzar, creo que hay que hacer dos distinciones ante la lectura de este texto. Primero que nada, este texto no pretende ser una guía de naturaleza científica alguna, sino una buena manera de encarar ciertas situaciones tipo a las que se enfrenta cualquier adicto. Luego, tampoco pretende ser un libro de cocina, en el sentido en que algunos de los pasos aquí esbozados pueden ser reemplazados, desconsiderados o quizá algo rudos.
Una última aclaración, y ahora si, nos vamos al cuerpo del texto: distinguimos dos clases diferentes de adicciones, aquellas que tienen soporte en lo físico y aquellas que no. Aquí venimos a encarar las primeras, relegando las segundas para algún texto más poético y, quizás, menos desesperado.
Primero que nada, habríamos de aclarar la condición de un Adicto con soporte en el plano físico. Todos nosotros poseemos un cuerpo con una fisonomía mas o menos similar en lo que respecta a lo biológico; y todos sabemos que existen ciertas sustancias que generan dependencia (artificial o no) una vez son consumidas. Por lo tanto, la definición de este Adicto es la de una persona que consume regularmente cierta sustancia que le genera un cierto grado de dependencia.
Segundo, y abordaremos quizá un punto áspero: el hecho de admitirse a uno mismo como un adicto. Generalmente la palabra adicción conlleva muchos significados reprobables por la sociedad que nos rodea; quizá se deba en gran parte a la apología de la drogadicción que se hace permanentemente en casi todo foro público, quizá el hecho de ser esclavo de una mala decisión tomada hace años. En síntesis, y no por ser un poco detractor de la realidad, uno ha de admitirse como adicto solamente cuando se encuentra frente a la desesperación de la falta de la sustancia deseada. Si consumimos esta materia todos los días con cierta regularidad, tanto nuestra entereza moral como física permanecerán en un grado de relativa integridad, puesto que el acostumbramiento no genera culpa. Podemos observar muchos ejemplos de esto; lo cómico es, en realidad, cuando falla la sustancia, o la adquisición de ésta.
Una vez uno se ha admitido como adicto que es (y todo lo que ello conlleva), debemos abordar otro punto más que nada primordial: este manual, como la gran mayoría de los textos de este tipo, está orientado a incluir un par de alternativas y reacciones típicas. En este caso, el de la ausencia de la sustancia.
Como dijimos anteriormente, la palabra adicto es rechazada en primera instancia para el que no se ha asumido. Si esta es su primera vez en desesperación, no se alarme; por lo general, se puede sobrevivir a esta clase de crisis. A medida que pase el tiempo y su fisiología empiece a insistir con el pedido de aquella sustancia a la que tan acostumbrado está, uno empieza a reconsiderar el hecho de ser un adicto hasta que, inevitablemente, cede. Esto también es normal: los esquemas de pensamiento y los vallados moralistas ceden muy fácilmente ante necesidades dictadas por el cuerpo. Esto se puede confirmar no solamente en casos de adicción, por cierto.
Entonces, usted, que no se creía adicto pero lo es, ahora mismo está conociéndose a sí mismo por primera vez en mucho tiempo. Ahora que los dos sabemos que tanto usted como yo somos adictos, dediquemos nuestro potencial a lo que nos preocupa: solucionar esas uñas en el pizarrón que son la necesidad de la materia adictiva.
Primero que nada, tanto usted como yo deberíamos saber que el cuerpo humano es una máquina casi perfecta, y que muy probablemente esa necesidad que a usted le nace es una cosa totalmente artificial ya que, exceptuando muy pocos casos, las adicciones son una cuestión totalmente superflua y plástica, generada por una sociedad que engendra necesidades agregadas al hombre común. Entonces nos encontramos en una escisión; la de poder o no conseguir esa materia.
En caso de poder conseguirla, no debería haberse preocupado desde un principio, ya que todo se solucionará una vez haya tenido su correspondiente dosis, y toda la histeria, la reflexión nacida de la necesidad y el rush de adrenalina se desvanecerán enseguida.
En caso de no poder conseguirla, prosigamos con la lectura.
Lo primero y principal es empezar a tomar conciencia de su cuerpo. Este es el primer paso para controlarse un poco a sí mismo. Recuerdo lo que se dijo arriba; el cuerpo es algo totalmente móvil y perfecto, así que se tendrá que adaptar a la falta de ese suplemento, como alguna vez se adaptó para darle un lugar. Si cuenta con el espacio y el tiempo necesarios, la actividad física es otro punto realmente grande y que ayuda a paliar mucho la desesperación, principalmente por dos motivos; despeja la cabeza y pone en el plano de la dinámica a miles de sustancias que ayudan a generar una sensación única de bienestar y plenitud.
Ahora, de no contar con el espacio y el tiempo, y de ser necesario que usted marque la tarjeta de la rutina, entonces le tenemos malas noticias, ya que, como se ha dicho con anterioridad, la necesidad nacida de la desesperación lo acompañará todo el trayecto. Lo más que se puede hacer en estos casos es utilizar algún placebo improvisado que se tenga a mano, pero nada ni remotamente similar a lo que queremos consumir. El placebo en sí, fuera de ser un símil de lo que necesitamos, debe imitar la acción que tenemos con nosotros cuando consumimos esta sustancia; esto es, una manera inofensiva de hacer los movimientos necesarios para inocularnos el adictivo. Por poner un ejemplo; en el caso del tabaquismo, en vez de seguir fumando cualquier cosa que tenemos a nuestro alcance, deberíamos imitar el hecho de encender un cigarrillo y dejar colocado en nuestra boca una especie de pitillo, de madera, de cartón; importa poco mientras cumpla su función y no resulte dañino.
Recuerde un hecho que, por más simple que sea, va a atormentarlo lo suficiente como para que lo piense dos veces. La adicción, cuando no está y cuando empieza a estimular nuestra psique, derrumba cualquier prejuicio y cualquier barrera que se necesite, graduado por nuestro propio autocontrol. Esto significa que los pedidos (o ruegos) de préstamo a cualquier persona próxima, el hecho de pedir o inclusive suplicar por aquello a lo que somos adictos no debería sorprenderlo ni generarlo autocompasión; por el contrario, es plenamente normal, solamente contrólelo dependiendo su propia manera de ser y su propia vida.
Como finalización de este texto, debo aclarar una última cuestión: la adicción no es una enfermedad, o en todo caso, es una enfermedad consentida. Las hay un poco más tóxicas que otras, pero si vamos al caso, todas terminan siendo tóxicas. Imaginar a la adicción como una especie de parásito que nos mina el cuerpo sería casi lo correcto; casi, porque tendríamos que ponernos a considerar el hecho de que, en realidad, es una simbiosis. Como casi todas las cosas en este cosmos, la adicción jamás puede abrirse paso en nuestra rutina sin nuestra ayuda o consentimiento. Si bien es un simbiote, podemos extirparlo con relativo esfuerzo y trabajo. Y para aquellos que disfrutamos de la simbiosis, simplemente mantenernos en buenos términos, y dejar en la frontera aquellas cosas que nos gustan y las que no, desecharlas como se pueda.
Recuerde: usted es un adicto en tanto y en cuanto usted decida verlo. Podemos hacer ojos ciego a toneladas de cosas, y las adicciones son propensas a pasar de largo.
Creo que ahora se comprende porqué siempre advierto, como también esta vez, que se aleje de la Nicotina; y no leeremos alguna otra vez, en algún otro rincón del mundo. Muchas gracias por su lectura, espero haya sido de ayuda.
jueves, 18 de agosto de 2011
Brujas
Este escrito es casi una deuda, sin embargo, que el escritor contrajo hace bastante con varias entidades, cuya identidad permanecerá en el anonimato para preservarlas de la horda virtual, asimismo porque hay muchas ahí afura que el escritor desconoce. En esta ocasión, querido lector, vamos a hablar de las Brujas.
Primero que nada deberías cuestionarnos respecto a la esencia misma de la Bruja. Bruja es una palabra tan poderosa (y ciertas palabras guardan poder por el simple hecho de lo que representan) que el escritor ha de escribirla siempre en mayúscula, y al ser pronunciada debe estar atento de estar refiriéndose a alguna en particular; de otra manera, la invocación quedaría inconclusa, y contraería más deudas que ni le interesan a él ni a usted, querido lector.
Vamos a hablar claro y sencillo. Si nos ponemos biblia-virtual en mano, sabremos que con bruja nos referiremos a (abro comillas): "Brujería es el conjunto de creencias, conocimientos prácticos y actividades atribuidos a ciertas personas llamadas brujas (existe también la forma masculina, brujos, aunque es menos frecuente) que están supuestamente dotadas de ciertas habilidades mágicas que emplean con la finalidad de causar daño.1
La creencia en la brujería es común en numerosas culturas desde la más remota antigüedad, y las interpretaciones del fenómeno varían significativamente de una cultura a otra. En el Occidente cristiano, la brujería se ha relacionado frecuentemente con la creencia en el Diablo, especialmente durante la Edad Moderna, en que se desató en Europa una obsesión por la brujería que desembocó en numerosos procesos y ejecuciones de brujas (lo que se denomina "caza de brujas"). Algunas teorías2 relacionan la brujería europea con antiguas religiones paganas de la fertilidad, aunque ninguna de ellas ha podido ser demostrada. Las brujas tienen una gran importancia en el folclore de muchas culturas, y forman parte de la cultura popular.
Si bien éste es el concepto más frecuente del término "bruja", desde el siglo XX el término ha sido reivindicado por sectas ocultistas y religiones neopaganas, como la Wicca, para designar a todas aquellas personas que practican cierto tipo de magia, sea esta maléfica (magia negra) o benéfica (magia blanca), o bien a los adeptos de una determinada religión.
Un uso más extenso del término se emplea para designar, en determinadas sociedades, a los magos o chamanes."
Sin embargo, si simplemente nos quedáramos, usted y yo, lector, con las impresiones que los libros nos transmiten, nos transformaríamos en un atlas o una enciclopedia más; deseo que, creo, querido lector, jamás desearemos complementar del todo; no solo por lo aburrido sino por la peligrosidad de perder el elemento humano.
Ahora, después de saber los conceptos formales respecto a las Brujas, podemos enunciar nuestra propia teoría de la brujería, o brujería elemental y más que nada, refiriéndonos a las brujas innatas. Es la creencia de quien les escribe que se trata de Brujas solamente a las personas del sexo femenino que pueden o no frecuentar ciertos ámbitos de nuestras regiones místicas humanas, esto no las excluye. Lo que caracteriza a la Bruja en sí, la esencia misma de la Bruja está encerrada en el hecho de ser mujeres, y en lo que ello representa.
No me quiero extender con más ejemplos aburridos de bibliografía ajena a este blog. Hay miles de ejemplos que podría citar en los que la antropogénesis ha citado a las mujeres como mayor centro de atracción de aquellas cosas que escapan a las normas de nuestra razón o moral, y no por eso era reprobadas; solo tenían su lugar y su momento, como casi todo en el kosmos. La Bruja, en síntesis, es Bruja por lo que hace, pero jamás podría serlo sin ser mujer.
Aclarado éste, quizá el punto más emblemático de estos personajes, pasemos a explicar qué es precisamente lo que la bruja hace. Decíamos más arriba que la bruja puede o no ser consciente de lo que es o lo que hace, pero lo hace. Los hombres también tenemos afinidad por aquellas artes de transfigurarlo todo, pero no es tan frecuente como en vosotras, mujeres; y creo que no podría explicar de mejor manera ésto que haciendo referencia a la transfiguración porque sí.
La Bruja, en su génesis, transfigura, entendiendo por transfigurar el hecho de reordenar y reinterpretar a su antojo todo el complicadísimo bagaje de símbolos en el que estamos inmersos. Esto no transforma a las Brujas en oráculos, exclusivamente; las hay que tienen grandes dotes, o son afines, a ellos; sin embargo, la Bruja clásica por lo general tendrá que atenerse a lo que su naturaleza le traiga. Muchas mujeres viven inmersas en la desgracia que ellas mismas provocan, así como muchos hombres; muchas de ellas tienen visiones espantosas o gloriosas que no pueden (o no quieren) interpretar correctamente. Algunas otras viven tan sumidas en su propia pasión que hacen de la Brujería su camino (sabiéndolo o no), transfigurándolo todo a su paso, desde los más finos hasta los más grotescos obstáculos. No obstante, algo remanece en la Bruja; el sentido intuitivo que les permite avanzar por ese laberinto que es nuestro kosmos.
Seamos un poco más precisos para no marear al lector, haciendo un rápido croquis de lo que es el kosmos y cómo una Bruja se maneja en él. Digamos que el Kosmos es un laberinto hecho de paredes que se mueven todo el tiempo. Así como todo el tiempo se mueven, también los seres humanos que están en él pueden moverlas, pero casi todos permanecemos en la duda o en el abrazo de la ignorancia. Sin embargo, una Bruja tipo (esto es, toda mujer en potencia) puede alterar una pared de un empujón e ir donde ella quiera. Puede hacerlo queriendo (empujando adrede en una dirección) o sin querer (estirándose hacia el lugar que quiere y empujando la pared, o golpeándola sin rabia y empujándola). Un detalle más sombrío: el laberinto está sumido en sombras, por lo que pocas veces sabemos a donde queremos ir; de ahí la intuición que las Brujas tienen, y que definitivamente les sirve para llegar ahí.
Hecha la ilustración burda, poco me queda por agregar, pero lo haré de todos modos porque la escritura es lo que me divierte y me agrada. Las Brujas basan gran parte de su poder, o mejor dicho, de su voluntad, en la intuición, lo cual es una espada de doble filo a la hora de tener que considerar las sombras en que está sumido el laberinto. Verán, simbólicamente las sombras representan el terror o el miedo que rodea a todo ser humano en todo momento de su vida. Miedo a ser descubierto, a ser reprimido, a estar solo; miedo al fin. Si una intuición queda demasiado expuesta al miedo, todo lo que el miedo trae con él poblará la intuición de la Bruja, empujándola a empujar paredes a voluntad (o no) con el simple motivo de aplastar a otro debajo de ella. Esta, la Bruja malvada que es ilustrada casi siempre en cualquier círculo literario, es solamente una de entre millones de posibilidades que existen ahí afuera. Recuerden que existen tantos tipos de Bruja como mujeres han existido.
Gran parte de la actividad de una Bruja que sabe lo que es y actúa en consecuencia se basa en el simbolismo. Puede ser religioso, puede ser ideológico o puede ser simple estética; el hecho es que al hombre (en el sentido del género) le encantan los simbolismos. Un ritual, un colgante, una fecha, un cántico, un sueño, una "casualidad". Todo está conectado porque las paredes del laberinto están conectadas entre sí, y no hay simbolismo que no afecte a otro. Si una Bruja decide decodificar su accionar empujando paredes utilizando símbolos Incaicos es libre de hacerlo y es mejor si se siente cómoda con ello. El motivo de la codificación por símbolos es muy sencillo: ninguna persona puede digerir todo lo que es el kosmos en crudo, en bruto. Nadie puede contemplar la fotografía completa durante demasiado tiempo; la mente humana todavía no está preparada para ello. Por eso se disfraza la pared como un pentáculo, como Walpurgis, como recetas de cocina.
Como adivinarán, las Brujas cuentan con un largo historial de acciones a lo largo de la historia de la humanidad, pero no vale la pena mencionarlas ahora. Solamente agregaré, mi querido lector, que si quiere usted identificar una Bruja solamente vasta con empezar a vislumbrar mujeres que vayan más allá del común de la masa. Las Brujas, por lo general, tienen un rasgo muy característico: nunca pasan desapercibidas para quien quiere que las noten. Si usted, querido lector, conoce alguna de estas mujeres para bien o para mal, aquellas que forman parte de su vida por haberla alterado, sacudido sus estructuras o simplemente haberlos asustado, entonces tenga usted por seguro que se trata de una Bruja. Y recuerde que una Bruja pude accionar tanto para su bien como para su mal, como se dice por ahí.
Ahora, antes de despedirme de usted y de pedirle que se aleje de la nicotina, deberé darle mis agradecimientos a mis Brujas personales; no se preocupen, no tengo porqué mencionarlas: ellas saben quienes son, lo que han hecho y lo que hacen para llegar a ser mis Brujas. Solamente diré aquí, en este texto, que han sido las mejores mujeres que han pasado por mi vida, pues todas han sido grandes Maestras y gran parte de ellas, musas inspiradoras o, al menos críticas destructivas de este, el arte que necesita palos en la rueda constantemente.
Un detalle rápido: no todos pasamos nuestra vida en penumbras, en ese laberinto de paredes que se mueven entre sí. Algunos (y entre ellos, algunas Brujas) pueden construír cabos de vela en la oscuridad. Y pueden elegirse a ellos mismos, a los otros, o a ninguno con quien compartir un poco de visión.
Ahora sí, querido lector, siéntase libre de retirarse cuando guste.
miércoles, 10 de agosto de 2011
Espectatriz
El hombre parece fracasar y, molesto, tira valijas al piso e intenta normalizar su respiración, agitada por la breve carrera. Algo de tristeza y un apuro de bronca se refleja en sus muecas y sus movimientos. Finalmente se derrama sobre el piso: el espectador atento notará entonces que el hombre larga un suspiro de salida, no de entrada, como los que relajan. Todo suspiro relaja, pero los suspiros de salida son de nostalgia, tristeza o resignación, mientras que el de entrada es de gozo, serenidad o tranquilidad. El dibujo, el texto, el escenario en sí carece de completa descripción: exceptuando al hombre, el espectador no ve más nada en el gris y ceniciento retrato de palabras.
Después de todo, lo importante es el espectador, no?
El escritor decidió remover el tintero esta madrugada debido a varios factores. Primero, para azuzar a la repentina capa de polvo que vino a aposentarse sobre él, con insolencia, como si fuera a dejarse abandonado. Segundo, a intentar rescatar de la cabeza algunas ideas, desprendiendo algunos fragmentos de papel que no quieren irse, como las canas.
Y sin embargo, el hombre que hay en el escritor debería moverse al son de la máquina y no a través de ella. Pero sin obviar motivos, no es este texto excusa alguna para la explicación de la máquina o la agenda del escribiente.
El núcleo del texto es el espectador. En realidad es un tema, como la gran mayoría de los ejes compuestos, examinado con anterioridad por personas con muchísima más capacidad analítica, y debatido en una larga extensión por las llamadas Ciencias Humanísticas, si se quiere. Lo que el escritor quiere rescatar, como siempre, es el análisis del espectador primordial: sin ánimos de adherirse del teatro, de la pintura, de la música y de la escritura, pretendo moverme al espectador primordial, aquel que se encuentra frente a toda obra de arte sin siquiera esperarlo.
Hubo un texto que me frenó esta noche en el derrame insospechado de energías mal aprovechadas: un texto que planteó varios interrogantes y aró varias sonrisas en mi rostro al ver que todo autor sigue hurgando en las urnas griegas y en los existencialistas alemanes, como si ellos hubiesen encontrado la llave a la creación y se la hubiesen llevado con ellos.
No se fíe, querido lector. No estamos acá para hablar de esto tampoco, pero creo apropiado declararlo: los hombres que nos precedieron son completamente citables, examinables y admirables por el simple hecho de habernos precedido; pero el hecho de regresar en la cronología e intentar aplicar andamiajes que hoy no sirven es un vicio que cualquier humanista tiene, mal que nos pese. Un vicio que, muchísimas veces, es motivo de fracaso rotundo o vergüenza calumniable.
Ese texto (retomando) llamaba al reconocimiento de ese espectador, pero para no pecar de impreciso se movía por las aras del teatro, un arte en el que he incursionado poco pero del cual me agrada la práctica. Varios puntos fuertes sacudieron mis cimientos: el hecho de que se apelara en algún momento al espectador como parte de la obra en conclusión y en síntesis, y las razones que se daban para esto estaban, como es de esperar, bastante bien fundamentadas en su gnosis. Que si el espectador queda en espacio de espectador se reduce a una nadería de humanidad, y cosas por el estilo.
Querido lector, hoy día me propongo ponerme un poco a debatir respecto al espectador en sí, que si usted tiene algo de espectador dependerá de su propia concepción del término.
El espectador en sí (tomando como referencia de espectador al hombre, como se señala más arriba, que contempla una obra, y tomando por contemplar el hecho de decodificarla y resignificarla) es precisamente un hombre cuyas susceptibilidades puedan llevarlo frente a una obra determinada, y de ahí en más, poder moverse por los círculos que orbitan alrededor de toda obra para hacer con ella lo que quiera.
Ojo, no estoy siendo exagerado. Un espectador puede ser muchísimo más que simplemente el resúmen de humanidad sucia que ese texto me sugería. Un espectador puede transformarse muy fácilmente en crítico, o en artista, o en co-creador, o resumirse simplemente al hecho de ser el espectador completamente pasivo, dejando que el eco de la obra se pierda en las miríadas del tiempo.
El espectador es parte íntegra desde la obra desde el momento en que un artista puede serlo sin él, pero no por ello estar completo. El artista genera, y en su génesis está la exégesis del deseo de ponerse en vista, en vidriera o lo que desee. Cualquiera podría esgrimir en este momento la espada de un Kafka, por ejemplo, que siempre escribió para él y antes de morir exigió la quema de todos sus escritos. Ante esto puedo objetar que el artista puede no inmutarse ante estar en vidriera, o hacer de su arte un onanismo sagrado (y ¿qué onanismo no lo es?). Pero la vidriera está funcionando siempre y siempre existe alguien que difunda la palabra. Los profetas sobran en una tierra que vive de la comunicación incompleta o defectuosa.
No de esta manera de constituye un artista. Mientras el espectador se constituye casi sin saberlo (o sin ser consciente de ello), el artista casi siempre debe hacer uso de su voluntad para la génesis. Otros podrán objetar que la génesis no siempre es controlada o no siempre es de sencilla lectura. Coincido con esto; nada de lo que se trata aquí es de sencilla lectura. La verdad nunca lo es, después de todo.
Pero me fui de tema. Perdón, querido lector. Retomemos y vayamos al grano.
El espectador no es un resumen de nadería, una cosa horrible de humanidad totalmente pasiva. Solamente la voluntad de él mismo puede llevarlo a resumirse en ese estado. El espectador en potencia, como el artista, siempre tiene la chance de crear y de moverse por sus propios arcos intelectuales y artísticos. El espectador siempre decodifica la obra de un artista; de otra manera, sin saber por pre-concepción todo lo que significa el colosal conglomerado de símbolos y sígnos que definen una obra, nunca podría ser apta a la aprehensión. El espectador descompone una obra y la mira a trasluz; y después, obviamente la resignifica: la resignificación es el proceso más importante y donde se puede dar la génesis de algo nuevo.
Ilustremos con un ejemplo. Para el artista creador, una estatua de un hombre pensando puede significar ese abuelo viejo que tanto adoptaba esa posición, y la suma de sentimientos y recuerdos que este abuelo le suscita. El espectador ve la estatua y descompone los símbolos; la pose del cuerpo, el material, la luz, la edad aparente de la estatua, los gestos de la cara, la manera en que es presentada. Luego los reúne y los resignifica; arma con ese hermoso rompecabezas otra figura, en la que la estatua del abuelo fallecido ya no es esto, sino que es la estatua de un hombre que se plantea seriamente si perpetuar un asesinato, o no.
Obviamente todo puede llegar a ser de mil maneras. Así como ese hombre vio esa estatua, otro puede ver otra, o mejor dicho, reconstruírla del todo y pensar que ese hombre simplemente está cansado. Los hombres en los que los ecos del arte menos retumban solamente verán el símbolo más esencial de la estatua, que es la estatua misma. Quizás exista un hombre con una figura abuélica similar a la del artista y llegue a captar la esencia primordial que el susodicho quiso imprimir en esa pieza. Quizá nada de esto tenga sentido, pero es así la manera en que el escritor ve ese análisis mecanizado que se realiza a la hora de contemplar cualquier obra.
Generalmente existen algunos símbolos que son tan básicos (o que genéricos de repetirse tanto en todos los hombres), que una obra en su simpleza puede llegar a ser vista casi en su totalidad por todos. El símbolo de la estatua en el ejemplo anterior es una ilustración de ello.
Sin embargo, y remitiéndome al escrito anterior Sobre Escribir I, es hipotético pensar en la metáfora del iceberg, pues el espectador nunca podrá ver más que la punta de esa monstruosidad subjetiva que es toda la obra.
Sin embargo, un artista puede suscitar cualquier cantidad de cosas en un espectador, o en un hombre cualquiera. Como ejemplo, me coloco a mí mismo, muy capaz de escribir por mí mismo pero más cómodo produciendo mientras escucho música.
No existe, en realidad, obra artística de la que no nos aferremos a la hora del bagaje que llevamos con nosotros todo el tiempo. Gran parte de la decodificación está dado por el gusto, y el gusto viene de mano de lo que hemos contemplado a lo largo de nuestra vida. Sin haber conocido las peliculas de la Hammer nunca podría haber conocido a Vincent Price, ni haber amado su voz y sus gestos.
Sin ánimo de diversificarme nuevamente, quiero cerrar nuevamente este texto con la misma advertencia de siempre respecto a la nicotina y dejarlo, querido lector, con una nueva reflexión. Hay artes que demandan la presencia de un espectador más que las otras, y la sensación de querer estar en la vidriera viene directamente ligado a ello. Como teatrero y escritor puedo objetar que si bien la escritura me resulta un arte legada a la completa soledad a la hora de terminar con ella, el teatro es directamente inverso en ese sentido: uno actúa (o genera, para coincidir con el léxico) para sí mismo, principalmente, pero también para el compañero de teatro y el espectador. Esto es perfectamente entendible debido al tiempo que lleva contemplar ambas obras acabadas.
Definitivamente, a la hora de la nicotina (estamos a media hora de ella, siempre), quien les escribe contempla lo que ha escrito y no solamente se percata de que es una porquería simplista y aburrida, sino que el espectador probablemente tenga conclusiones muy similares respecto a la opinión de quien les escribe, transformando esta obra en algo de inutilidad extrema.
Pero, ¿Acaso el arte es inútil en su mayoría, o una de sus funciones es calmar la locura del creador que posee al artista de vez en cuando?
Nunca sabremos si a ese hombre de temprana edad y mirada apurada se le fue un tren, un colectivo o el amor de su vida, o quizá su vida misma. No tenemos el contexto necesario. Pero sin embargo, el hombre mismo refleja en sus ojos y en sus actitudes a ese tren, ese colectivo, ese amor y esa vida que se le fueron en un simple gesto: el del suspiro que sale.
No lo voy a repetir. Aléjese de la nicotina.
Recomendación de lectura: http://inquietando.wordpress.com/textos-2/the-emancipated-spectator-by-jaques-ranciere/
Sugerencia de música: http://www.youtube.com/watch?v=B5u0ixvvLCk