jueves, 28 de junio de 2012

Aforismos Mordernos Sentenciados

Aforismo s. m. 
  Sentencia breve, generalmente de carácter filosófico o moral, que se toma como regla en alguna ciencia o arte

Morderno, -na adj.
1   Que pertenece al presente, al periodo de tiempo actual. antiguo.
2   Que existe, se conoce o se usa desde hace poco tiempo. novedoso, reciente.
3   Que está de acuerdo con la moda del momento actual. anticuado, clásico
4   Que muerde, devora, o mastica, generalmente valiéndose de una dentadura





- El hecho de lograr engañar a Google con las búsquedas y frustrarse al no encontrar una determinada imágen, contenido multimediático o texto da a entender que tu visión del mundo no es tan mediocre o generalizada como creías.

- Trabajar demasiado una obra, idea o concepto; cualquiera sea el género o el estilo al tratar, es como lijar una estatua de madera; el grado justo le va a dar el acabado preciso, mientras que demasiado va a terminar transformándola en un posa-pavas.

- La existencia del dogma como manera de pensar es relativa; y la adopción del relativismo como manera de existir es dogmática

- Prestar atención a lo que te genera admiración, sean valores, seres humanos, personalidades o maneras de pensar o de vivir; muy probablemente sea resultado del largo fermento de los relatos que te narraban de chico, o los que te terminaste narrando a tí mismo

- Tu conversación, tu léxico o tu manera de expresarte es un patio trasero lleno de vegetación a tu cuidado. Dejá que crezcan libre y salvajemente y probablemente muchos se pierdan en él; no le prestes demasiado cuidado y se transformará en un páramo árido y desolado

- Insultar a los difuntos es parte de la naturaleza humana, así como a la gran mayoría de las cosas inanimadas o los fenómenos naturales. Todo lo que escapa al dominio del hombre, incluyendo las opiniones o los hechos de los muertos, nos es ajeno, vil y mezquino por naturaleza, y la única manera que tenemos de demarcar nuestro territorio contra ellos es con el elemento del que ellos carecen; la palabra.

- Es imposible sobrevivir sin un vicio, especialmente en este punto de la historia del hombre. El hombre mesurado e ideal es una utopía mal apuntada que nos mueve hacia la dirección de la infelicidad; el vicio es, en cambio, las únicas muletas con las que podemos trasladarnos de un lado a otro. 

- El devenir del carácter de un hombre en ira sublevada, o el hecho de sucumbir a un vicio en su totalidad, son síntomas de infelicidad. Es cierto que los hombres que no se enojan viven menos; pero así como el disgusto genera rechazo y nos mueve a que nos tralademos a otro lugar, la calma y la plenitud de existir en un lugar en el que podamos ser lo que queramos nos obliga, casi, a la permanencia.

- La locura es un callejón sin salida al que llegamos a empujones y salimos de la única manera que podemos; con la demolición del callejón.

- Los hombres atormentados por sus propias creaciones merecen su destino, para bien o para mal; hay quienes temen las tempestades y quienes las disfrutan.

- Buscar un ideal perenne de vida, pensamiento o carácter es idiota, al pertenecer a una raza que cambia constantemente a lo largo de su existencia viva. Es idiota pretender pensar, sentir y hacer lo mismo que se sentía, se pensaba y se hacía de viejo que de niño.

- La estética es lo que perseguimos toda nuestra vida, cualquiera sean los valores que elijamos o dejemos que otros elijan por nosotros; pero rara vez es lo que sobrevive al hombre mismo.

- La existencia del absurdo es la prueba de que el hombre puede existir en otro plano que no sea racional

- La Justicia y los Dioses ejercen ambos el mismo papel en el desfile de las máscaras ideales; ambas son sublevaciones ideales y utópicas del hombre mismo que solo existen en mundos particulares; raras veces en uno comunal o colectivo.

- La revolución es la manera más clara que tiene un hombre imposibilitado de modificarse más a sí mismo o de seguir tolerando el entorno que lo modifica de dejar en claro que no pretende dejar de existir ni tampoco dejar existir al entorno que lo agrede.

- Lo que los sueños nos muestran sublima lo más puro y genuino en cuanto a pasiones, pues es solo en esos ámbitos donde podemos percibir física y sentimentalmente conceptos de los que tanto se ha hablado, pero tan poco se ha sentido o percibido en la vigilia.

- Una ironía: La alienación de lo extraño es algo que eventualmente desaparecerá como carácter definitorio del hombre, cuando éste logre sobreponerse o ignorar completamente el componente primigenio y animal que lo rige en muchos aspectos todavía. La ironía cabe en que la plenitud y la paz son estados generalmente fundados en este mismo componente primigenio.

- Un hombre es semejante a cualquier dispositivo que procese componentes, ora una picadora de carne, ora una fotocopiadora; ambos tienen una vida útil y modifican todo lo que pasa a través de ellos, de una manera u otra.

- La existencia de rituales en este punto de la historia demuestra que el hombre sigue dependiendo de un aspecto que, a la vez, se esfuerza por sepultar.

- Lo único que impide un cambio radical en el género humano es la existencia de la memoria, apoyada por la educación. De no existir ambos componentes, el género cambiaría radicalmente; el día que el hombre deje de depender de la educación como método reformador, todos los procesos se acelerarán.

- Los aforismos son un buen ejercicio para el escritor , pero una pésima costumbre para los pensadores

- A lo único que cualquier hombre debería tenerle miedo es a la Nicotina, cualquiera sea su forma

 


 

martes, 19 de junio de 2012

Nocturna Terrore

Un compañera y Maestra mía me enseñó hace mucho tiempo que el hombre es más activo de por sí durante la noche por una cuestión primordialmente biológica; durante la noche no existe la luz, y nuestro cuerpo tiene que empezar a trabajar exacerbando sus sentidos y su capacidad íntegra, casi, para superar cualquier obstáculo que durante el día puede solucionar de muy sencilla manera. Es por eso que durante la noche terminamos siendo máquinas sobre-exigidas, o despojos ampliamente reaccionables.

El hombre común tiene preguntas y respuestas comunes a sus planteos; pero el hombre como género tiene preguntas y respuestas genéricas a sus problemas, haciendo evidente la generalización de la individualidad y el amplio e hipócrita respeto al prójimo, sobre el que ya me explayé en otros textos. Los planteos que se hacen de esta manera varían ampliamente, ya que la subjetividad se ve exponencilmente aumentada por la capacidad de cada uno de moverse dentro de los muchos supuestos mundos que habitamos; el mundo subjetivo, el mundo individual y colectivo, el mundo único que es la conjunción de todos los mundos que convergen en nuestra existencia. Y el planteo, salvando las excepciones (que siempre aparecen), generalmente termina siendo aceptado. Pero aceptar una pregunta no significa poder contemplar todas las respuestas que ésta ofrece.

Fuera del problema generado por la subjetividad, ese parásito simbiótico tan molesto y necesario, planteábame en estas semanas una cuestión que devino tras mucha reflexión en un planteo de naturaleza genérica, por decirle de alguna manera. La gran mayoría de los pueblos originarios tenían una manera muy bella de explicar el orígen de las cosas; de la moral, de las emociones, de las sensaciones, de los fenómenos climáticos; era el mito. El mito arreglaba, de una manera didáctica y entretenida, el problema planteado respecto al génesis de diferentes cosas. Ahora debería enarbolar un mito para una cuestión de la que no he leído demasiado y me ha costado mucho encontrar material que no sea reduccionistamente cientificista al respecto. Caballeros y buenas damas, hablo del Miedo, una de las sensaciones más primitivas que sobreviven y sobrevivirá, por un buen tiempo más por lo menos, al hombre moderno.

El miedo tiene un carácter animal muy marcado. Viene desde nuestra propia naturaleza biológica incluso, desde esa nebulosa fantástica y licenciosa que los doctos en zoología han dado a llamar Instinto de Conservación, y que los muchachitos de batas blancas de la ciencia médica han dado a llamar reflejo en algún punto de la historia. Pero ninguna de estos conceptos, dados por sentado, se vale de demasiado para explicar; quizá por el impedimento lingüístico de expresar algo tan corporal en palabras, quizá por la odisea que representaría hacerlo. Explicar el miedo es como querer explicar otras emociones (amor, odio, felicidad, tristeza) o cosas demasiado simples (o complejas), como las percepciones básicas sensoriales (los colores, la temperatura, etc.).

Lo que es el miedo en sí, todos lo sabemos; o mejor dicho, lo conocemos. No existe hombre sobre la tierra que no haya sentido miedo en algún punto de su vida, y no me voy a explayar dando explicaciones al respecto. Una persona puede cobrarle miedo a otros, o estos otros cobrárselo con impuestos a él; todo depende de esa querida y compleja serie de factores que determinan nuestra personalidad, entre los que se encuentra el contexto.

En mi investigación me he encontrado conque, si bien no se intentaba definir el miedo en la gran mayoría de los lugares desde donde se ha detenido el hombre a pensar o a escribir, sí se ha intentado provocarlo, y con mucho éxito en ocasiones. El paroxismo del miedo, ese primo lejano y de risa nerviosa que es el pánico, ha corrido como reguero de pólvora en muchísimas ocasiones a lo largo de la historia; lo cual me recuerda que debo demarcar el hecho de que no se necesita una fuente física de miedo, pues la génesis del miedo, como todas las emociones, es el propio hombre. Prueba de esto son, por ejemplo, el chasco de Orwell respecto al texto de H.G. Wells, la guerra fría, los monstruos de las historias fantásticas, los noticieros, el evento del 11 de Septiembre a nivel mundial y tantas otras fuentes y casos puntuales.

Muchos hombres se han esforzado por representar el miedo de diferentes maneras y para diferentes motivos, ya fuera por entretenimiento de muchos o de pocos o para maneje antojado de la masa sin mente que son los pueblos a lo largo de la historia. En ese sentido, el miedo es, a mi manera de ver, lo que demarca más que nada la condición de oveja de un integrante de una comunidad asustada.

Pero no nos vayamos del tema. Yendo a lo que es la dominación mediante el miedo, o el miedo mediante el relato fantástico, existen grandes cucos que habitan entre todos nosotros en el día a día. El asesino, el ladrón, los mitos, leyendas y los seres imaginarios folklóricos (que tanto sabor le dan a la existencia), los plásticos monstruos de hollywood o de las revistas pulpeadas. Todos ellos no son más que máscaras que utiliza el miedo para dispararse de vuelta dentro nuestro; y si bien todos los estereotipos terminan aburriendo, hay algunos miedos que persisten y persistieron a lo largo de la historia, o mejor dicho, máscaras que usa el miedo para atizar un tema particular.

Quizá el más presente y elemental sea el miedo a la pérdida de la conciencia, la vida o todo el conjunto de condiciones que nos hacen quienes somos. Una transformación en contra de nuestra voluntad por un tercero ajeno a nuestro sistema de creencias, convicciones y moral siempre asusta, especialmente cuando este tercero hipotético tiene los medios para hacerlo. Es por eso que tanto los asesinos con cuchillo de cortar cebollas como el ejecutivo que nos manda a la calle con un telegrama de despido dan tanto miedo; ambos nos mandan lejos de donde estamos ahora con un simple movimiento; el cuchillo a la tumba y el despido a la calle.

Hay otro miedo que persiste, de manera casi ritual; es el miedo a todo lo que representa la muerte, tanto los cadáveres como las necrópolis y las maneras que existen y existieron para matar asustan. En un segundo plano tenemos las cosas que nos causan dolor, pues el dolor, en nuestros estrato más básico de pensamiento infantil del cual ningún hombre se despoja jamás, es el primer paso hacia la tumba. Esto va cobrando sentido cuando devenimos nuevamente en lo que es el viejo Instinto de Conservación Animal, esa ancla herrumbrada que todos tenemos dentro. Sin embargo, el punto del génesis del miedo se nos escapa. Estos, por más que sean pilares elementales del miedo generalizado, no son el miedo en sí; el miedo en sí se nos escapa como concepto y como efector, pues es algo que actúa desde la penumbra misma de la psique de cada hombre.

Howard Phillips Lovecraft, escritor maldito sobre el cual se han tejido las mil y un historias, debía a su modus vivendi y a su propia naturaleza asustadiza el haberse tropezado casi con la pepa de oro de su obra. Él es el padre de todo un género literario de horror, el horror cósmico, que, a grandísimos rasgos, describe ontológicamente hablando cómo el hombre es apenas un átomo del universo y que tal futil y frágil es su vida, su trayectoria, su civilización y su ciencia. En todos sus escritos se lee la desesperanza y lo inútil de intentar comprender algo para lo cual no tenemos capacidades. Una de sus citas más famosas al respecto reza "The oldest and strongest emotion of mankind is fear, and the oldest and strongest kind of fear is fear of the unknown." Y ahí es donde está la verdadera pepa de oro de Lovecraft; el haber descubierto (o verbalizado) que la raíz de todo miedo tiene ancla en el miedo a lo desconocido, no a una cuestión particular.


El miedo a lo desconocido encarna todos los miedos. El miedo al cambio encarna gran parte de los miedos del hombre, pero solamente el desconocimiento es lo que nos aterroriza más. De no ser partícipes o no poder comprender este concepto, piensen en que el miedo basa gran parte de su espectro en lo que no es, en lo que escapa a nuestro sentido, conocimiento, o percepción. La única certeza que se tiene es de que el miedo es real; miedo a ser robado, mutilado, violado; miedo a sucumbir al stress general cotidiano y dejarse llevar por las pasiones inherentes al hombre; miedo a desbarrancarse del precipicio de la razón hacia los arrecifes de la locura. El miedo es real, la posibilidad está ahí; pero el miedo solo se basa en posibilidades, y en hechos supuestos que pueden llegar a darse.

El miedo es de extremada utilidad para cualquier persona común y corriente; es la primera advertencia, el primer atisbo a frenar algo, el primer paso a la rebelión, el odio o la rabia. La represalia sobre cualquier evento está fundada sobre los cimientos del miedo, así como cualquier contraataque drástico, metafórico o no. El miedo es el puntapié inicial para cualquier acción del hombre que trate de defenderse a sí mismo, a su entorno o a otro; el miedo es, pues, la defensa de un hombre asumido en un contexto ibídem para evitar el cambio. Es por esto que el miedo también se lleva muy bien de la mano con el cambio, la mutación o la metamorfosis; el cambio genera miedo, porque conocemos lo que vivimos y cómo nos movemos; todo el resto nos es ajeno, irreferenciable, desconocido. Es por eso que tememos; tememos la pérdida porque tenemos. Si jamás tuviéramos, no habría mucho que temer, pero tampoco seríamos; de no tener nada, tampoco tendríamos ni vida ni conciencia perceptible, y podríamos asemejarnos a organismos unicelulares, a los elementos o a los fenómenos climatológicos.

El miedo es una herramienta excelente. Y, sinceramente, lo único que realmente me aterroriza es dejar de sentir miedo; mientras lo sienta, me sé consciente, conocedor y atento a lo que sea que pueda llegar a amenazarme. Anonadarse con el vómito mediático, esterilizar los sentidos y flexibilizar la moral hacen que el miedo se pierda; y solamente se va a poder dejar de sentir miedo correctamente, como género humano, cuando se comprenda en su totalidad las licencias que cada hombre puede tomarse para con sus congéneres y lo que cada acción desprende.

No teman, a menos que este texto les haya cambiado algo (cosa que dudo), y aléjense de la Nicotina, a la cual no hay que temer pero tampoco agradar-