viernes, 17 de mayo de 2013

Tarquin Heap






Cerró el escritorio de un portazo, resoplando con fuerza. El aire dentro de su traje estaba demasiado viciado gracias al forcejeo reciente y las semanas que llevaba fuera de la unidad de transporte. Descargó la jaula metálica que llevaba encima sobre el suelo, y quedó rendido unos segundos, mientras mecánicamente se quitaba la escafandra con dedos hábiles. Cuando por fin pudo hablar, Sorin Peuser lo hizo con cierto resentimiento en la voz, como si algo que no sabía muy bien qué era le atenazara la garganta, no sin rabia.


-Espero que hayas valido la pena, maldito condenado – dijo, mirando a la jaula ciega –Siete hombres han quedado atrás integrando la matriz de la que te cosechamos. Está bien que la sinapsis artificial no falla nunca, pero más le vale no fallar ahora. Si no, yo mismo me encargaré de lanzar uno o dos de esos malditos operarios al espacio-


La jaula no emitió sonido alguno, pero tras unos instantes, comenzó a moverse ligeramente. Lo que fuera que estaba capturado dentro de aquella caja metálica con un pequeño purificador de atmósfera artificial se estaba moviendo, golpeándose contra las paredes. Sorin le lanzó una patada, haciendo que ésta se golpeara contra la pared.


-Cállate ya!- gritó a la nada –No ganarás nada. Ni siquiera queriéndolo ganarías algo. Maldito ente inútil…-


Sorin se puso de pie pesadamente y echó un vistazo a los indicadores de su traje. Había estado cerca de la asfixia, pero se había salvado gracias a su destreza física. Cuando empezaron el viaje eran nueve; uno, la pobre oficial médica de a bordo, Erin Deminoff, había perecido durante el viaje debido a un desperfecto técnico que raras veces sucedía; la dosis de turmionina, el químico utilizado para aletargar los signos vitales y permitir el viaje espacial largo, había sido excesiva. Ahora no estaba muerta técnicamente hablando, pero tampoco viva; dormía con un latido de corazón cada setenta y siete años. Jamás despertaría de su sueño, y sus ondas cerebrales describirían casi una gráfica plana por el resto de sus días.


El resto de los operarios de a bordo había proseguido hacia el objetivo de aquel extraño viaje; conseguir uno de los entes sensibles de Remo IV, el planeta gemelo de Rómulo IV, del recientemente descubierto sistema Cartago II. La sinapsis artificial, aquel colosal dispositivo que comandaba las hordas humanas durante el auge de la Era Post-Sapiens, había dictaminado que, tras muchos análisis de muestras extraídas de Remo IV, debía existir allí una clase de ente sensible capaz de elevadas formas de raciocinio, gracias a lo extraído como consecuencia de las sondas exploratorias. Como tantos otros, los Viajeros de ese crucero habían sido entrenados desde pequeños para sus tareas, y desconocían el verdadero alcance de la Humanidad toda; sabían que había hombres que se dedicaban a todas las tareas concebibles por la Sinapsis Artificial, pero jamás pensaban en esos otros hombres. Se limitaban a realizar las tareas que conocían de la mejor manera posible, ya que eso conllevaba una vida apacible y sin sobresaltos, lo que el grueso de los hombres deseaba.


Sin embargo, Sorin Peuser era un hombre sumamente extraño. Había cuestionado durante mucho tiempo muchos conceptos indudables por otros de su misma generación. Gracias a su curiosidad y su falta de miedo hacia el castigo es que fue seleccionado como Líder de los Viajes de Interés Científico. No podían enviar a simples Peones a realizar un trabajo incierto; necesitaban hombres curiosos, sin miedo y, lo más importante, con determinación. Eso era algo muy difícil de cosechar, al menos particularmente, con ingeniería genética. La determinación y la rebeldía eran flores que raras veces se conseguían.


Sorin terminó de quitarse el traje. Miró por la compuerta de la Unidad de Transporte hacia afuera, a la atmósfera de Remo IV, y pulsó uno de los controles para que la densidad de la abertura cambiase y permitiese el paso de la luz. Los vio por última vez, sin una sola pizca de remordimiento o de culpa hacia ellos; sus antiguos compañeros ahora yacían sobre la matriz biocéntrica que dominaba al planeta. Bueno, en realidad yacían sobre, entre y dentro de la matriz, que lentamente los iba envolviendo cada vez más a medida que dejaban de forcejear. Desconocía porqué había sido el único que no había sucumbido a aquello; el primero en caer había sido Larssen, seguido por Ulster y Fimmian. Todos se habían arrodillado primero para luego abrazar aquel suelo viscoso, cuyas células pluriformes cambiaban para adaptarse a cualquier tarea lo más rápido posible. Habían balbuceado incoherencias; el resto había continuado con el trabajo, y había cosechado uno de aquellos bulbos extraños que colgaban en ciertas zonas del planeta. La Sinapsis Artificial creía que aquellos bulbos podían ser la causa de la matriz biocéntrica, o todo lo contrario, una especie de concentración o condensación de la matriz. En todo caso, el Viaje entero estaba organizado alrededor de la obtención de uno de esos bulbos.

La Jaula volvió a moverse, esta vez con un poco más de intensidad. Sorin se limitó a patearla mientras daba la orden verbal de despegue. Volvería a casa con aquel bulbo odioso lo más rápido posible. No le molestaba haber perdido a sus compañeros porque les tuviese cariño; odiaba haber perdido brazos que hubiesen reducido siete veces el tiempo que ahora demoraría en regresar a casa. Todo gracias a aquella detestable matriz.




La Unidad de Transporte no demoró en acoplarse nuevamente con la nave de viaje ligero. Las secuencias para poder suministrarse turmionina intravenosa eran las más simples de todas, y comenzarían a funcionar ni bien él diera la orden, pero antes debería encargarse de otras tareas que demandaban su atención; redacción del informe, sinopsis del perímetro de seguridad, recalcular las coordenadas de viaje acorde al tiempo estimado que llevaría el retorno y una tonelada de tonterías más que, pese a que la inteligencia de la Sinapsis Artificial era enorme, debía ser realizada por manos y cerebros humanos. Eran pequeños detalles que no se podían dejar al azar de una computadora (y, curiosamente, la sinapsis artificial admitía computadoras azarosas entre sus instrumentos)


Sorin Peuser pensó en, primero que nada, acondicionarse a sí mismo para el viaje, o mejor dicho, la estadía dentro de la nave. Estaría trabajando un buen tiempo dentro de aquel ambiente con olor a antisépticos y de tonalidad completamente blanca, siempre blanca, para atenuar el falso encierro de la nave de viaje ligero. Se quitó el molesto traje de viaje, cuyas propiedades físicas habían sido fijadas para la atmósfera de Remo IV, un poco atroz si se consideraba la cantidad de plomo gaseoso que hacía irrespirable su aire. Pasó enseguida entre las cámaras de desinfección, con un hermoso efecto simulado de agua mientras el baño químico le recorría el cuerpo, y se detuvo, desnudo, al final del pasillo. Se vistió rápida y ordenadamente con dos prendas de ropa para cubrir zonas pudendas de su cuerpo, devenidas innecesarias ahora que estaba solo en el viaje de vuelta; pero la fuerza de la costumbre era más titánica que cualquier contraorden autogestiva. 


Se detuvo frente al cubículo de alimentación, cuyas raciones habían sido preparadas para que nueve individuos jóvenes pudieran nutrirse durante todo el viaje. No tendría problemas de alimentación, y aunque la vida de un hombre Post-Sapien era por lo general austera, decidió darse un pequeño lujo y doblar la ración a la que estaba habituado. Después de todo, estaba en un condenado rincón alejado de la galaxia, y no tenía ningún patrón cerca como para corregirlo. Apenas pudo terminar los guijarros de néctar, con el estómago achicado a raciones pequeñas toda su vida, pero lo hizo. 


Mientras digería su doble ración, se suministró el cóctel químico habitual para permanecer centrado, energizado y dispuesto a continuar con cualquier tarea. La panacea actuaba al nivel de los neurotransmisores, creando seres solamente ideados para obedecer y acatar órdenes; la voluntad de Sorin, no obstante, estaba inscripta más allá de los neurotransmisores, y por eso sacaba mayor provecho de ello que la gran mayoría de sus congéneres. Pero qué diablos le importaban sus congéneres; ahora eran parte de algún reciclado biológico en un planeta demasiado alejado como para que importase. El Carbono de sus átomos serviría a otros propósitos ahora; poca pérdida para la Sinapsis Artificial. 


Encendió con presteza los paneles de redacción y redactó, en breves y concisas palabras, todo lo que había sucedido. Reportó las bajas y su origen y anotó, con destino a futuro, el regreso a la tierra. Se sonrió socarronamente al repasar con la mirada el texto completo, desde el principio de viaje. Si, era un poco cómico que Larssen hubiera creído que los bulbos de Remo IV serían ojos gigantes. Pobre tipo.


Pasó las próximas tres horas recalibrando cada pieza de equipo de la nave, tarea que demandaba pocos minutos para un equipo completo. Al llegar a calibrar los saleros, ya casi sobre la finalización, le resultó estúpido e inútil. ¿Porqué diablos podía interesarle a la Sinapsis Artificial que los saleros de una nave de viaje ligero clase 3, perdida en algún cuadrante de Hiperbórea, tuviera los saleros calibrados? Era estúpido e inútil, pero órdenes eran órdenes. Pasó por cerca de la jaula ciega, que ya no se movía. La pateó de todos modos no sin cierta rabia.


Tras hacer los preparativos finales (cosa que le habría costado poco menos de cuarenta y cinco minutos con la tripulación completa, pero le costó siete horas) para el viaje, se sentó en una banqueta del ambiente común de la nave, con todos los espacios vacíos de viaje que había ante él. Las nueve fosas yacían en el techo, preparadas para cobijar cuerpo humano; solo una estaba ocupada, y era la de Erin Deminoff, la eterna durmiente. El resto estaría vacío, exceptuando el suyo propio, que llenaría con su propia carne en poco tiempo. Sin embargo, se tomó su tiempo para beber un vaso del preparado hidropónico de a bordo y contemplar la jaula ciega donde, ahora si, se debatía débilmente aquel bulbo. Aquel bulbo del demonio acostumbrado a una atmósfera que desgarraría a dentelladas ígneas la piel de cualquier ser humano. Aquel ente supuestamente sapiente que respiraba bocanadas de plomo y níquel gaseosos durante eones. Lenta, silenciosamente, la jaula se movía con movimientos sordos. Aquella cosa no emitía sonido alguno.


¿Y qué había de aquel gesto inútil? El de sus compañeros, obviamente. Se habían arrodillado para llenarse el pecho con charcos de aquella biomatriz que ya había empezado a desarrollar seudópodos para su defensa ni bien los vio venir. ¿Qué diablos había sido aquello? Sorin no solía pensar en supuestos, y muchísimo menos en juzgar a sus congéneres; esa era una tarea derivada a juzgamiento y pena, el sector electo para aquellas tareas. Pero ahora, total y completamente solo en el salón de usos múltiples, se encontraba con el tiempo, las energías y el espacio suficiente como para darse esos lujos. Si, lujos. Todo, desde sus uñas hasta el impulso eléctrico que dominaba su cerebro, era subvencionado por la Sinapsis Artificial. Si malgastaba alguno de esos recursos propios de su cuerpo, se estaba dando un lujo.


Se sirvió otro vaso, el quinto, y continuó con la mirada fija sobre la jaula ciega, que se movía con ligeros espasmos. Definitivamente tenía muchas ganas de destrozar aquella jaula en quince mil pedazos, junto a aquel bulbo odioso. Ni siquiera sabía ni le importaba porqué la Sinapsis quería aquellos bulbos; probablemente por una razón similar a la que quería saleros perfectamente calibrados en aquella nave perdida en el vacío del espacio. Al diablo con todo, se dijo Sorin, y comenzó a medir la dosis de turmionina en la computadora de estasis. Quería que la dosis fuese la correcta, ni por asomo quería quedar como la pobre Erin Demidoff, que seguramente había colocado un cero de más en la cantidad de miligramos que le debían ser suministrados. Pobre infeliz.


Se colocó los tubos alimentadores, se desnudó por completo y se conectó a los enlaces de estasis, que mantendrían su inconsciente libre de cualquier actividad errática que pudiera aniquilar su voluntad y dejarlo como una lechuga.  Antes de subir a su fosa de estasis, miró hacia arriba, a la única fosa ocupada. Solo entonces notó que Erin Demidoff era pelirroja, y que dormía apaciblemente con un rostro bastante atractivo el sueño eterno de los amortales. Sorin Peuser comenzó a sentir los efectos de la turmionina en sus venas y se dejó sedar, mientras en algún rincón de la nave una jaula ciega se debatía cada vez más débilmente. Quince minutos después de que el Líder de Viaje entrase en la tabula rasa que era la fosa de estasis, la nave de viaje ligero partía, sin pausa pero sin prisa, en su camino de regreso a casa.







Indicadores en rojo. Todo el mundo completo en rojo. Sin pausa pero sin prisa; rojo. Todo latiendo a la faz de un corazón al que jamás le había prestado más atención que la necesaria. Sin poder percatarse de demasiadas cosas a la vez. Húmedo. Sensación de algo pegajoso y frío que se resbalaba lentamente, como trozos de un gelatina rancia, por su nuca, sus labios, sus dedos. La sensación horrorosa de los tubos alimentadores sueltos. Su cuerpo contraído en espasmos de necesidad. El ruido sordo de la alarma local que le advertía que había salido de estasis antes de tiempo.


Lo único bueno de estar en el espacio profundo era la falta de una gravedad direccional; sino, se hubiese roto la nuca al salir de estasis sin estar despierto. Sin embargo, había tocado la fría superficie del lustrado piso, que a él le parecía fría y gélida tras pasar un buen tiempo soñando con ambientes cálidos y suaves. Si, cálidos y suaves. Como la carne que sostenían sus huesos. Como el pasaje propio de su sangre por los torrentes que alimentaban su cerebro. Sí, cálidos y suaves.


El atontamiento fue pasando lentamente, a un ritmo gradual de crescendo que no podía (no quería) soportar. La salida no programada de la estasis generalmente tenía dos impactos grandes; uno, hacia él mismo y su psiquis, ya que no esperaba abrir los ojos en otro lugar que no fuera el puerto de destino, y como todo hombre que vivía en la época post-sapien, no conocía el imprevisto, o lo había visto muy pocas veces. El otro impacto era físico, al haber preparado su cuerpo con drogas para un período más largo de descanso y, de repente, encontrarse con la novedad de que ya no pendería del espacio. Los Sapiens sabían esto, pero no lo habían combatido; la gran mayoría de ellos se terminaba mal acostumbrando a que un aparato los sacudiera de la cama a ritmos del esquema siempre mutable de su época, maltratando sus cuerpos y su psiquis sin asco alguno.


Pero, ¿Porqué importaban los sapiens ahora? Habían dejado de existir siglos antes que él naciera, y su estudio histórico y teórico solo era importante en la Exploración Espacial como ejemplo biológico desarrollado, en caso de toparse con una civilización similar. Lo importante era su cuerpo maltrecho, rota ya la estructura que lo dominaba. Lo importante era ese zumbido sordo que empezaba en sus oídos y terminaba en la jaula ciega.


La maldita jaula ciega. Claro,  era el único elemento que no cuadraba en la ecuación. Tenía que deberse a ella, tenía que deberse a alguna influencia de aquel detestable bulbo sapiente en toda la perfecta lógica de la Sinapsis Artificial. Lentamente empezó a probar sus estímulos motores, viendo si podía moverse, si la dosis de turmionina no había sido lo suficientemente fuerte como para dejarlo paralítico o sordo. Para su suerte encontró que todos sus músculos, aunque dolidos por el brusco despertar, funcionaban. Inmediatamente se sometió a un análisis general de su sistema nervioso, para darse cuenta de alguna lesión que no se pudiera diagnosticar a simple vista. Tal lesión no existía. Los movimientos lentos en la jaula ciega, en cambio, si.


Desnudo como estaba, ya con la presión sanguínea elevada gracias a la cólera en la que estaba montando, caminó hasta al lado del susodicho cubículo ciego. Se movía apenas, con los mismos movimientos idiotas. Ya no creía que el bulbo intentara escapar, como al principio; más parecía explorar las dimensiones, la forma de la caja. Tensionó los músculos de su mandíbula en un bruxismo de pura rabia y la pateó, haciendo que ésta rebotara varias veces en las paredes y el techo, golpeándose débilmente.


Claro está, ahora debía volver a redactar el informe con aquella interrupción. Claro está, ahora tenía que revisar el calibre de todo aquello que ya había controlado antes de partir de Remo IV. Claro está, le demoraría un buen tiempo.


Se vistió, no sin antes echarle una mirada al plácido rostro de Erin Demidoff, aquella pelirroja con demasiada suerte como para darse cuenta. Maldita sea, tenerla a ella en estasis perenne o a un nabo vendría a ser lo mismo. Probablemente la Sinapsis Artificial la mantendría bajo observación durante un período ilimitado de tiempo para ver qué pasaba.


Se rió, y su propia risa resonó en la nave semivacía, recordándole cómo era. Para ver qué pasaba, esa era la cuestión. Vamos a crear hombres de seis brazos que trabajen en toda obra mecánica que tengamos para ver qué pasa. Vamos a detonar gran parte del adriático para ver qué pasa. Vamos a enviar una partida doble de exploradores a Remo IV para ver si esos bulbos chillan cuando los abrimos a la mitad. Ya que piensan, han de chillar, ¿no?


Comenzó a revisar pacientemente todas las instalaciones de la nave en búsqueda de algún desperfecto, pero obviamente, como ya sabía, todo estaba en perfecto orden. No había motivo alguno por el que los cuadros ópticos, el comando, el teclado de salvataje o el inodoro virtual se des calibrasen, aún adrede. De todas maneras, pensó sarcásticamente, tampoco había razón por la que él se despertara antes de tiempo; y sin embargo, ahí estaba, despierto y molesto consigo mismo y con aquel bulbo invisible a sus ojos que continuaba moviéndose lentamente, ahora en un rincón más alejado de la nave. 


“Setentava. Irrupción abrupta del estado de estasis. Causa aparente; error en el suministro de turmionina. Se eleva petición de revisión del sistema de estasis y suspensión para solventar dudas. Se descarta error humano”


Esto último lo escribió con determinación, inclusive con un poco de enojo. Ese informe, por más oficial que fuera, no le tendría como un pelele que mojaba sus pantalones como alguien recién salido del tubo de incubación. Además, había sido especialmente cuidadoso con la dosificación química; después de todo, no quería terminar como el espárrago de Erin Deminoff. ¿Acaso en su afán por no superar la dosis había terminado colocando demasiado poco? Sacudió la cabeza para sí mismo. Era un procedimiento demasiado simple como para equivocarse porque sí. Cerró el panel del informe y comenzó nuevamente con el viejo procedimiento.


Se colocó los tubos alimentadores, se desnudó por completo y se conectó a los enlaces de estasis, que mantendrían su inconsciente libre de cualquier actividad errática que pudiera aniquilar su voluntad y dejarlo como un repollo.  Antes de subir a su fosa de estasis, miró hacia arriba, a la única fosa ocupada. Solo entonces notó que Erin Demidoff era realmente hermosa, y que dormía apaciblemente con un rostro  angélico el sueño eterno de los amortales. Sorin Peuser comenzó a sentir los efectos de la turmionina en sus venas y se dejó sedar, mientras en algún rincón de la nave una jaula ciega se debatía cada vez más débilmente. Quince minutos después de que el Líder de Viaje entrase en cápsula del tiempo que era la fosa de estasis, la jaula ciega comenzaba a moverse, lentamente, a través de la nave.






La segunda vez que despertó, Sorin Peuser no sabía si lo que experimentaba era producto de alguna alucinación en grado sumo de diversidad, quizás salteada por el sistema de estabilización de la cámara de estasis. Una de las viejas pesadillas, esto era. Pero no; la sensación era demasiado real y molestamente familiar. El entumecimiento que no es tal, el dolor en las articulaciones, la luz que le desgarraba las pupilas sin odio ni crueldad.


Cuando logró incorporarse del todo, corroboró que, efectivamente, había salido de estasis por segunda vez consecutiva antes de llegar a puerto. No tenía energías para enojarse; pero el odio lento y silencioso, como un gas invisible y denso, comenzó a esparcirse por el ligero y pequeño ambiente que era la nave. Solo brotó en sí la ira como era originalmente, en la época de los Sapiens, cuando se tropezó, dormido como estaba, con la jaula ciega. Por algún motivo, ya no estaba lejos, demasiado lejos, donde él la había pateado; ahora estaba muy cerca de su fosa de estasis, sin moverse. Pero, ¿Cómo era posible que una caja sin medios de propulsión se desplazara en un ambiente de gravedad cero? A menos que aquel bulbo odioso tuviera suficiente fuerza como para provocar el movimiento original… A eso, sí que no podía ganarle. Cualquier cosa era posible; él no había estado presente y eso bastaba.


Pero claro, de seguro era un problema. Un simulacro de algún tipo que desconocía. Quizás era un test, de los tantos que ejecutaba La Sinapsis Artificial, para calificar a sus operarios. Seguramente en unos instantes saldrían todos sus compañeros de viaje de la compuerta de vacío, que no sería de vacío al cobijar a todo el equipo evaluador. Como antiguamente hacían los Sapiens. De seguro Erin Demidoff sería suya si había pasado la prueba; saldría de la fosa de estasis, le sonreiría y le invitaría a cenar. De seguro no había nada en la jaula ciega. Las pruebas de la Sinapsis Artificial se interrumpían cuando el testeado descubría que estaba siendo evaluado; también, cuando superaba la prueba, cosa que generalmente coincidía con lo primero. Así que Sorin Peuser esperó.


Pero nada sucedió.


La jaula ciega se movió ligeramente un poco. Erin Demidoff ni siquiera respiró, rosada y viva como estaba, en su eterna estasis. Ninguna puerta de vacío se abrió. Solo podían oírse, apenas, los chillidos del sistema de estasis a intervalos regulares.


Pero, ¿Porqué había pensado una posibilidad tan rotunda? ¿Porqué se encontraba recordando detalles de las costumbres de los Sapiens cada vez más y más cerca? ¿Porqué sus glándulas excretaban hormonas que provocaban la ira y el pensamiento genuinamente idiota?


Un chispazo de inteligencia brotó apenas. Claro, había definitivamente una influencia dentro de ese lugar, algo que estaba alterando la cosa. Un desperfecto en el sistema de estasis era entendible, pero dos ya era demasiado sospechoso. Y lo único que cabía dentro de aquello era el bulbo; era lo único que la Sinapsis Artificial no había considerado en la ecuación.


Se decidió a recalibrar todo el equipo solo para estar seguro y, de paso, para hacer trabajar la mente al mismo ritmo que el cuerpo. Cuando abrió el panel con el informe, sencillamente se limitó a escribir:


“Setentava. Segunda Irrupción abrupta del estado de estasis. Causa aparente; error en el suministro de turmionina. Se eleva petición de revisión del sistema de estasis y suspensión para solventar dudas. Se descarta error humano; se asume error por factor externo”


Cerrando el panel de un manotazo, empezó a hacer girar los mecanismos lógicos en su cabeza. Claro, la Sinapsis Artificial no se equivocaba nunca, y preparaba todo con descarnada exactitud. Entonces, el comportamiento del bulbo era esperable. Tenía que haber algo más que estuviera alterando el sistema de estasis. Entonces, encontrando sus ojos con los párpados cerrados de tan bella pelirroja como era Erin Demidoff, se dio cuenta. El accidente de la oficial médica de a bordo era lo que no estaba contemplado. Claro, ¡un accidente! ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Los accidentes siempre quedaban fuera de la ecuación. Siempre eran ilógicos, siempre se movían por paralelos al mundo planificable.


Maldita médica de a bordo, se digo Sorin Peuser. Maldita belleza de cabellos rojos. Maldita sea tu mente durmiente y tu corazón de ballena anhelado por la Sinapsis. El sistema de estasis no estaba preparado para llevar a una accidentada de esa manera; esa debía ser la respuesta.

Se colocó los tubos alimentadores, se desnudó por completo y se conectó a los enlaces de estasis, que mantendrían su inconsciente libre de cualquier actividad errática que pudiera aniquilar su voluntad y dejarlo como un repollo.  Antes de subir a su fosa de estasis, miró hacia arriba, a la única fosa ocupada. Solo entonces notó que Erin Demidoff era peligrosa, y que dormía apaciblemente con un rostro  diabólicamente bello el sueño eterno de los amortales. Sorin Peuser comenzó a sentir los efectos de la turmionina en sus venas y se dejó sedar. Quince minutos después de que el Líder de Viaje entrase en  el vacío fuera del espacio que era la fosa de estasis, la jaula ciega se movió con un solo movimiento, mientras una mujer pelirroja entraba en fase de REM.






Esta vez, estaba preparado. Con una rapidez que le provocó un golpe por falta de coordinación, Sorin Peuser se puso de pie y buscó, sin poder enfocar muy bien, la bendita jaula ciega. Eso sería todo, de seguro que el maldito bulbo tenía algo que ver. Pero no, Erin Demidoff debía ser lo que alteraba todo… o quizás eran aquellas costumbres Sapiens con las que estaba soñando y mencionando tan frecuentemente. Si tan solo tuviera un diálogo abierto con alguien, podría tranquilamente decidirse hacia dónde, o qué actitud adoptar.


Ubicó a la jaula ciega y la colocó, todavía dormido y con falta de coordinación, sobre la pequeña cámara de disección con que contaba la nave. Una vez allí, la selló al vacío y la abrió. La atmósfera irrespirable de Remo IV se esparció por la cámara de disección, pero nada más sucedía. No existía el bulbo. No existía una de las potenciales causas de todo aquello.


No buscó explicarse porqué el bulbo no existía, ni se detuvo a contemplar los miles de interrogantes que se le iban plantando en el raciocinio. Deambuló por la nave en círculos, vistiéndose, tras haberse quedado sin un objeto de odio o de explicación hacia aquellas incoherencias. Luego comenzó a calibrar todo de vuelta, esta vez más lentamente, para poder pensar con cierta claridad. El trabajo mecánico forjado por la rutina constante tiene a veces un efecto tranquilizador en quien lo realiza.


Sorin Peuser pensaba en Sapiens. Pensaba en todo lo extraño que resultaba aquello y, más aún y más práctico, pensaba en lo largo que se haría el viaje de regreso a casa si esas pausas se seguían dando, y en los impactos en su salud que esto tendría a largo plazo. Si le salía alguna lesión, quizás no podría trabajar más como Líder de Nave. Quizás tendrían que deponerlo por inutilidad, o lo destinarían a algún aburrido puesto lleno de papelerío virtual y paneles antiguos.

Fue hasta el reloj de la nave solo para encontrar que no estaba funcionando. No importa, pensó, todos los trajes tenían relojes. Pero más grande fue su sorpresa y su irritación al encontrar que cualquier aparato de relojería, por absurdamente pequeño que fuera, estaba fuera de funcionamiento. Solo entonces, por primera vez en el viaje (en su vida, en realidad) Sorin Peuser sintió miedo, y fue consciente de ello.


¿Miedo? Esa era la sensación que los Sapiens tenían ante cosas que no entendían. Y no, definitivamente no entiendo nada de esto. La Sinapsis lo explicará cuando llegue pero, ¿Qué sucede mientras tanto? ¿Cómo puedo asegurarme que algo de todo esto es real y no una pesadilla filtrada? 


Los Paneles de abordo, pensó. Si esto es un sueño, dirán cualquier cosa excepto lo que yo recuerdo. Casi se atropelló con ellos en su camino hasta el comando. Pero cuando sacó los paneles y revisó las anotaciones, otra cosa fue lo que lo impactó. Si, sus registros estaban ahí dentro, grabados; solo que había más de dos. De hecho, había siete. Todos se repetían mecánicamente, exceptuando uno que decía:


“Setentava. Irrupción abrupta del estado de estasis. Causa aparente; error en el suministro de turmionina. Se eleva petición de revisión del sistema de estasis y suspensión para solventar dudas. Desaparición de todos los miembros de la nave antes de llegada a destino, exceptuando por el Líder de Expedición, Sorin Peuser. Se procederá según esquema previamente planificado”


Y no estaba firmado. Entonces, no solo quería decir que se había despertado varias veces y había anotado en aquellos paneles aquellas entradas donde se lo notaba más irritado cada vez, sino que alguien más había anotado aquello. Pero, ¿Quién? Erin Deminoff dormía el sueño eterno de los amortales, y no había nadie más allí. Las otras entradas eran de más sencilla explicación; cansado de la situación, podía haber pedido anestesia en amnesia local, para olvidarse relativamente del asunto aunque fuera por un breve lapso de tiempo. Pero jamás de los jamases tendría que haber dejado un comentario en los paneles sin firma, y mucho menos hablando de él en tercera persona.

Sorin Peuser gritó en el silencio de la nave ligera, aclamando a Dios. Se dio cuenta que aclamaba a un ente imaginario en el que alguna vez los Sapiens habían creído. Otra vez los Sapiens en su cabeza. ¿Porqué repentinamente había empezado a relacionar tantas cosas con ellos? Es más, ¿Porqué repentinamente había empezado a actuar como uno?


Quizás el bulbo había existido, realmente, pero su materia tenía alguna propiedad desconocida a la Sinapsis Artificial y le estaría afectando neurológicamente hablando. Diablos, por lo que él sabía podría estar siendo integrado por la biomatriz de aquel planeta infernal en este mismo momento, con sus neuronas integrando algún otro sistema vivo más complejo.


-Maldita seas, Biomatriz- le dijo a la nada Sorin Peuser, en el silencio del espacio –Aunque sea me hubieses puesto a soñar algo más bello. Como poder cogerme a esa maldita pelirroja. Si, eso haré-


Sorin se encaminó decidido hasta la fosa de estasis de Erin Demidoff. Después de todo, si todo aquello era una ilusión, una fantasía, un sueño, ¿Qué diablos importaba?


Se detuvo a centímetros de dar la orden táctil de liberación del apetecible cuerpo femenino. No, diablos, diablos, no. Estaba actuando como un Sapien de manual; instintiva e impulsivamente. Diablos, ¡Se estaba convirtiendo en un Sapien! Por eso sentía tantos sentimientos y sus glándulas habían dejado de obedecer el decreto secreto de su cerebro. Por eso volvía a sentir las emociones con renovada energía. Por eso era que todo aquello estaba pasando… pero… ¡Eso era imposible! Era imposible volver en la escala evolutiva. La Sinapsis Artificial no dejaría jamás que uno de sus Líderes de Nave involucione.


Sorin Peuser se quedó solo, meditabundo, sentado en el medio de la sala, mirando a la pelirroja que colgaba cabeza abajo, durmiendo, con la gráfica cerebral plana y el electrocardiograma igual de mudo. Una verdadera estatua viviente, congelada en el tiempo, sagrada, una Diosa. Inmortal, no Amortal. Una Diosa, si. Solo una Diosa podría tener esa belleza. Solo una Diosa podía estar tan complementariamente dispuesta; boca abajo, sobre él, con los cabellos recogidos en la nuca, durmiendo mientras él despertaba. Ella mujer, él hombre.


Se sacudió la cabeza. Probablemente aquel bulbo se había transformado en un gas, o quizás en alguna forma de energía, y había escapado de la nave. Quizás el escape de la nave le había hecho sufrir una lesión tal que su cerebro había quedado dañado, y ya no coordinaba bien. Pero le desesperaba verse en ese estado tan ilógico, tan inseguro, tan sumergido en la duda. Tener ese torrente de pensamientos y sentimientos que ya no eran de él, que no debían ser de él. El hombre había perdido los sentimientos cuando el hipotálamo fue reemplazado por el tallo mascoide. Él era Sorin Peuser, 45 años, licencia de grado superior, Líder de Nave de Expediciones Científicas.

Se colocó los tubos alimentadores, se desnudó por completo y mandó al diablo a los enlaces de estasis.  Antes de subir a su fosa, miró hacia arriba, a la única fosa ocupada. Solo entonces notó que Erin Demidoff era otra cosa, y que dormía apaciblemente con un rostro  que no era humano el sueño eterno de los amortales. Sorin Peuser comenzó a sentir los efectos de la turmionina en sus venas y se dejó sedar. Quince minutos después de que el Líder de Viaje entrase en algún recoveco lejano de su inconsciente, la jaula ciega se cerró bruscamente, mientras la mujer que dormía bostezaba ruidosamente







La Nave de Viaje Ligero llegó al tiempo pactado, 20 años después de su partida, de regreso de Remo IV. Como el propio sistema automático había indicado, solo contaba con dos pasajeros, ya que el resto de los integrantes de la expedición habían sido eliminados por motivos no aclarados del todo. La comisión de recepción cumplió con las tareas de siempre; los obreros, con sus voluminosos seis brazos dotados de doce dedos cada uno, inspeccionaron hábilmente y mejor que cualquier máquina la máquina por fuera. Uno de los obreros llevaba la lista con la cantidad de cosas a verificar; un chequeo de rutina de los que se hacían miles por día en aquel puerto espacial. Luego, la comisión se dedicó a ingresar en la nave, verificar el estado del equipo material y de los recursos humanos. Encontraron a una mujer en estado de Amortalidad; un caso raro, pero contemplado. El obrero que quiso bajarla de su estado de estasis recibió de repente la descarga física de un golpe certero y doloroso en los nudillos de la mano derecha. Entre varios obreros, acostumbrados a lidiar con amenazas repentinas, inmovilizaron al agresor en pocos instantes. Irreconocible, habiendo adaptado parte de una baliza de auxilio como arma, de aspecto increíblemente envejecido, Sorin Peuser se dejó conducir hacia el tribunal.


De nada le sirvió que se le preguntara respecto a los resultados de la expedición. Fue inútil intentar que hablara respecto a las crípticas anotaciones en los paneles de a bordo. Tampoco se le pudo sonsacar ningún dato respecto al porqué había regresado con una jaula ciega vacía cuando las anotaciones decían claramente que se había recogido un bulbo sapiente de Remo IV.

La Sinapsis Artificial solo observó, en su caso. Analizó la información que se le brindó y dejó que Juzgamiento y Pena actuara; Sorin fue diagnosticado con un extraño brote de Nostalgia Sapien, algo que sucedía a veces en la era Post-Humana, gracias a que no todos los sujetos aceptaban a lo largo de toda su vida los genes injertados durante su creación. Fue destinado a una reserva de historia natural, donde se le preserva como uno de los mejores ejemplos para los arqueólogos especializados en aquellas ciencias de la mente, ficcionales, que tenían los Sapiens antes; la psicología y la psiquiatría. De hecho, la actividad que Sorin generaba en aquellos estudiantes era arrojar varios diagnósticos antiguos, a ver si le acertaban a alguno que estuviera en los manuales.

Todas las mañanas, Sorin se despertaba en su ambiente, que simulaba ser la misma vieja Nave de Viaje Ligero que le había traído de vuelta a casa. Todos los días, Sorin calibraba hasta el último de los dispositivos, imitados a la perfección con los de la nave. Todas las tardes, Sorin escribía en los paneles la interrupción de la estasis, y elucubraba nuevas teorías respecto a su condición.

Tenía cierto grado de tolerancia a agentes extraños a su círculo de fantasía. Varios oficiales jóvenes que querían ser Líderes de Nave le veían, como advertencia y como consejo de lo que podía depararles su carrera. A veces, el viejo Sorin se les acercaba y les decía algunos consejos a aquellas jóvenes promesas.


-Es muy importante calibrar hasta la última pieza de equipo, por más estúpido que parezca, cada vez que se realiza alguna fase de la operación, ¿Sabes? Un salero mal calibrado puede dejarte tuerto de por vida, inclusive en gravedad cero. Y desconfíen de las fosas de estasis… puede que un día despierten en una de ellas y no sepan cómo volver a casa. Antes tenía a mi Diosa Pelirroja que protegía mis sueños y a la que podía culpar de algunas inclemencias del viaje. Pero ahora me la han quitado, y no se cómo volver a casa. Por favor, díganme cómo volver a casa. Quiero volver a casa-



Imagen: http://jenmundy.deviantart.com/art/Astronaut-121709399

lunes, 6 de mayo de 2013

Cómo romper una muela



Tan rápido como se mueve la sangre en nuestras venas los días han pasado; tan futilmente como los neurotransmisores comienzan a realizar su danza química sideral, los meses se han apilado. Tan violentamente como se suceden las revoluciones de la tierra alrededor de su eje, o nuestros ojos procesan toneladas de terabytes en microsegundos, las arenas del tiempo vuelven a presentarse. Es otoño de vuelta, es hora de laburar y de volver al ruedo de a poco, con paciencia y pechando siempre para adelante toda la fenomenología fisiológica propia de escribir.

De porqué escribir y porqué dejar de hacerlo, es una cosa que siempre se transformará, de a poco, en trabajo profesional o terapéutico, cosas que a veces quieren decir lo mismo. Es irónico; cuando comencé a trabajar en mi propia escritura y en considerar mis obras seriamente, empecé a sopesar la tan subjetiva "calidad" de los mismos, pero necesitaba explicar el proceso creativo, casi como laborterapia. Consideraba asimismo que el hecho de explicar y dejar claro no solo el proceso creativo, sino también toda la carga psíquica y emocional que conllevaba el acto en si era muy poco profesional de mi parte. Me daba algo de márgen; era (soy) un escritor jóven, que eventualmente me cansaría de escribir de lo mismo y dejaría que aquellos esqueletos en el placard se quedaran quietecitos. Hoy día, tras ya unos cinco, casi seis años de escritura continua encuentro estas breves pausas ególatras un descanso para lamerse y meditar, con la asidua opinión silenciosa y colectiva de la masa virtual, qué tal van las cosas.

Bueno, las cosas han cambiado bastante. Es imposible separar al escritor (al creador) de su estilo de vida; el contexto en el que uno produce enventualmente influye y marca, signa la obra como un orfebre invisible. Los hay más o menos específicos, así como hay escritores que han logrado evadirse del momento histórico en el que han vivido y otros que no han podido hacer más que transformar sus obras en un reflejo, torcido o no, de lo que ellos mismos vivían o dejaban de vivir. 

Por lo pronto, y a manera de resúmen, habrá que hacer una pequeña lista de las cosas que se han logrado y las cosas que no (o que se quieren lograr):

-Se han logrado compilar dos libros para probable futura publicación:

º Perdóneme que lo Interrumpa, mi primera colección de textos, inmaduros y experimentales, a los que probablemente esté visitando durante el mal llamado "descanso invernal" para poder realizar su versión impresa, si todo sale bien. Quien quiera ver de qué va la cosa, puede reírse del ridículo aquí

º Las Profesiones Perdidas,  el libro con el que aprendí a tomarme los concursos literarios menos en serio y disfrutar más del acto creativo. El libro completo es una colección de relatos breves que giran en torno a la imposibilidad de existencia de unas cuantas cosas; profesiones que la técnica ha dejado atrás (cual artesano en plena revolución industrial), figuras filiales que no pueden ser más y uno que otro caso que alguna institución vetusta siga criando, aunque resulte imposible. Está por revisarse e ir al papel, pero si quieren ver la más que hermosa portada que ha hecho Andres Acosta para ello, pueden hacerlo aquí

-Se ha corregido, diagramado y maquetado un libro experimental, cruza de Odisea con El Principito, apoyado por inacabables obras musicales pertenecientes al género de rock psicodélico, progresivo y experimental (ibídem). Este ente, que comenzará a imprimirse, encuadernarse, publicarse y distribuírse de manera autogestiva e independiente, tiene el nombre de Niño Negro. Las portadas pintadas a mano que pueden llegar a verse de él en fotografías han sido realizadas por Lucía Gregorczuk, mi compañera de toda la vida, y probablemente las puedan ver aquí, acá y acullá

-He recibido el primer encargo de editorial respecto a un libro que ya venía escribiendo, pero ha quedado para publicación con ellos. No solo me encanta laburar por vez primera con una editorial independiente, sino que además esta editorial específica (Dead Pop , para mayores detalles) lleva una línea y una manera de trabajar que me caga de gusto y hace que la experiencia sea de por sí muy gratificante y placentera. El libro en sí es Anarkiskovich, y pueden leer su reseña y más info en el sitio de Dead Pop (http://deadpop.com.ar)

-Tenemos en recepción un proyecto en un formato de publicación similar pero no idéntico a lo que queríamos realizar originalmente con Ana, el que he dado en llamar el Proyecto 138, desde donde la experimentación y los futuros anarquistas saldrán a bombardear el mundo. Con sede en blogger (por ahora), se mantendrá actualizado todos los miércoles en narración serializada, buscando explotar el recurso del cliffhanger y la impredecibilidad. Si les digo que involucra conspiraciones a lo largo de escenarios históricos aleatorios, algunos tintes ocultistas y una canción de Misfits les adelanto mucho. Pueden mantenerse actualizados desde aquí, si les interesa

-Asimismo, existe una convocatoria abierta hacia un fanzine de temática absurda que, si las estrellas se ponen en posición correcta, verá la luz dentro de los próximos sesenta días. El nombre del bicho es Tragafuegos, y tiene tres patas que sostienen su mesa:

º El acervo cultural que pasa desapercibido y que, creo, debería ser activamente promocionado
º El absurdo, el Grotesco y la risa negra como vía de aprehensión de la realidad
º La ficción y el arte como manera de encarar un círculo social asfixiante

Si todo sale bien, termina teniendo coherencia interna y un poco de perspicacia, puede llegar a funcionar bien. Para cualquier colaborador interesado, puede hacer click aquí y ver si quiere mandar algún bicho para el papel

-Colaboré en una suerte de experimento colectivo, del cual salió un enorme aprendizaje sobre libros-objeto, el trabajo articulado, un grupo de amigos tan tarados de la cabeza como quien escribe y las ganas de seguir produciendo independientemente. Con ellos creamos un engendro llamada Lluvia de Luz en Tangram, referenciado hacia el antiquísimo juego chino y la multiplicidad de las formas. Quien quiera pispear de curioso nomás o encargar un libro, puede hacerlo acá

Y hay muchísimas cosas más que pasaron y pasan en el medio: un taller nuevo en las sierras chicas, en Unquillo, que refresca los pulmones con el aroma a sierra cercana y su gente en una casona de principios de siglo pasado; propuestas miles, desde participar como guionista para un corto independiente en el Festival de Cine de Terror, Fantástico y Bizarro Rojo Sangre, cuentista para Hipnorama, abrir un café-centro cultural en mi propia casa, dedicarme en parte a la repostería, continuar trabajando en Brainforest, una novela onírica el doble de ancha y compleja que el último libro, volver a tocar guiones para historieta como los que hacía para Nekrox, un par de años atrás, y empezar a movimentar (mezcla de mover y condimentar)  más mi vida de autor.

Es imposible enumerar a todos los que me han ayudado a llegar hasta acá, más que los que ya nombré por ahora y a los que agradezco hayan propinado las suficientes patadas en el culo en el momento justo, para poder llegar. Hay muchos más esqueletos en el clóset, haciendo un guiño, que esperan ser dejados o retomados. Hay una pileta a la cual tirarse para probar qué pasa; ponerse el traje de escritor fulltime, rebuscarse las chirolas para el alquiler como se pueda y entrar de lleno en el mundo editorial, entero o a pedazos. Hay viajes (¡tantos!) que fueron y son (el terapéutico viaje a Puerto Madryn en el febrero pasado o la futura presentación en Buenos Aires de Anarkiskovich, por ejemplo), algunos programados, otros como propuesta. Se viene la Libros Son también, y San Juan en mi barrio, y hay que volver a reeditar el Balurdo, fanzine que generó el colectivo de escritores independientes El Repulgue el año pasado, si es que existe y tiene aliento propio todavía. Hay que ver si la galería de tarjetas sobre Mitología Argentina que hicimos con la gente de Maquinaciones el año pasado (y que pueden ver acá) va para algún lado. 

Obviamente no me he contado todo. Lo mejor que tiene un cuento es el factor sorpresa, el uppercut que viene disimuladamente como puñalada trapera. Una avalancha de buenas noticias y buena leche viene este año por estos pagos. Como diría Tallahassee, "time to nut up or shut up", porque, así como el camino hacia escribir mejor, saber más o ser más algo (cualquier calificativo cabería) es un camino largazo, que no existe y no deja de existir, no queda otra que calzarse los pantalones, arremangarse y empezar a cavar.

Lo único que hace falta callar todavía son preocupaciones mundanas y estúpidas; cuestiones de guita (el gran fantasma molesto generacional), inserción laboral en estos ambientes y el aseguramiento de poder seguir haciendo esta clase de cosas, siempre que tenga manos y una cabeza para seguir razonando.

Todo ha cambiado. Las letras fermentaron y son el doble de grandes que el año pasado. Habrá que seguir dándole changüí para ver que tan grandes se pueden poner, que tanto nos podemos reír o si la felicidad tiene límite. Por ahora, la cosa es seguir cavando y enterrando las preocupaciones donde corresponden; en el suelo, para nutrir y abonar la fertilidad de ideas que no caben porque no tienen espacio.


El Tintero de Nicotina se reactiva de a poco. Aléjense de la Nicotina y sean alegres tórtolos movimentarios.