miércoles, 27 de julio de 2011

Sobre Escribir I

Comenzando con el monólogo, o mejor dicho, el eco que retumba contra el ego, ese ogro macrométrico que tan bien alimentan los recursos electrónicos, hay mucho, pero mucho que mencionar sobre escribir.

Después de todo, escribir es algo que todos hacemos a diario a casi todo momento, sin importar realmente para qué ni para quien. Uno escribe su email al menos una vez por día desde que existe esa gran telaraña que es Facebook; uno escribe su dirección, su teléfono, muy probablemente la fecha. Uno escribe su nombre con regularidad, uno sabe cómo escribir y lo hace de ser necesario. Uno escribe mensajes de lo más simplistas (llego tarde, compren comida, y cosas por el estilo), y, lo más importante y aterrador, uno escribe por automatización. Y se transforma en una parte más del circuito de la Máquina, que simplemente ejerce su función cuando le es requerida.

No me haga empezar a hablar de La Máquina, querido lector. Todavía es temprano y no pienso inaugurar ni el día ni el blog con semejante puteada. Sigamos con lo que nos compete.

Uno escribe por automatización casi seguramente, al menos una vez al día. Los que no, como sucede con todo lo que no se ejercita con regularidad, a la larga van perdiendo movilidad, dolencia, memoria e inclusive estructura o disciplina. Se pierde la noción por las frígidas normas gramaticales, se pierde la noción de los sonidos, y si bien alguna vez pudimos distinguir entre una ese y una ce, a la larga, también se pierde. Y el arte de transformar los sonidos y los pensamientos en símbolos no se pierde, pues es casi imposible olvidarse de escribir, pero se agúa en demasía. Es como el recuerdo nublado que tenemos de la cara de la primera persona de la que nos enamoramos; está la idea, no la cara puntualmente.

Ahora, vamos al punto clave de esta escición; el escritor, como cualquiera puede sospechar, escribe casi siempre por necesidad. Si no existiera la necesidad de volcar los pensamientos en una forma entendible al resto de las personas (o seres humanos, depende), la escritura no existiría. Entonces, arribamos al primer punto base de este principio; la escritura es una forma de comunicación, con una serie de concensos entre sí que permiten la sencilla interpretación que un emisor quiere tener para con un receptor. Y este emisor emite, precisamente, por necesidad del receptor, no por necesidad propia. Si fuese por necesidad propia, y dependiendo del receptor, por generalidad se utilizarían métodos mucho más sencillos (y naturales, si les gusta la aventura de la terminología inventada), como la gesticulación, el habla o el centenar o millar de formas de comunicación no-verbal.

En síntesis, por ahora tenemos que el escritor es un comunicador que expresa algo mediante una serie de códigos pre-pactados, que tanto él como el receptor conoce. Sino, no existiría la comunicación y el escritor escribiría para sí mismo, o para cualquier otro ente que pudiera o pudiese comprender aquellos garabatos que el escritor dibuja.

En segundo lugar, quisiera aclarar que existen varios tipos de escritor. Por lo general, el escritor está sumido dentro de sí en una necesidad de expresar algo. Esa necesidad puede ser impuesta desde afuera o desde adentro; puede el escritor necesitar comunicar algo por ímpetu propio o porque alguien o algo se lo demanda. Entre estas dos clases básicas, también me gustaría convenir en otra cosa, que a la larga requererirá de tremendas complicaciones y de abundantes explicaciones que no referirán a la nada, si el lector no quiere. Recuerde que ahora yo estoy escribiendo, presuponiendo que usted puede comprender estas palabras y lo que llevan consigo atadas.

Esta otra cosa que puede resultar un poco molesta o no es aquella que hace tan único a cada escritor, y es la cuestión de la subjetividad y la objetividad a la hora de escribir. Verán, existen dos clases de contenidos que se pueden escribir: generalmente, cuando uno escribe la fecha en un exámen está poniendo mayoritariamente la objetividad por delante, porque es un concenso público y casi iniciático el hecho de enfrentarse al calendario. Tampoco escribiré sobre el almanaque ahora; dejémoslo para mucho más adelante.

La subjetividad, deliciosamente y por el otro lado, es muchísimo más complicada de comprender y de transmitir debido a que la subjetividad no parte de ningún concenso. Podría argüirse si realmente la subjetividad de cada individuo no está condicionada por un número de concensos que le fueron dados y que él decidió poner en un determinado orden y cantidad, algo así como un collage de pequeños concesos que le permiten ser lo que son. Personalmente, soy de los que creen que la subjetividad está conformada por un proceso escalonado (recuerden que una escalera puede subirse o bajarse) en el que el sujeto, cual pendejo embobado con un cubo rubick, experimenta en construirse a sí mismo con todas las herramientas que lo que lo rodea le da (llámenlo cosmos, universo, mundo, entorno socio-económico; no tiene objeto en este texto). A la larga, el individuo genera una base firme respecto a esta subjetividad, porque a ningún hombre (en el sentido genérico) le gusta la movilidad constante, o la inseguridad. Pero la subjetividad cambia con el tiempo y con el hombre, eso, a mi manera de verlo, es innegable.

Retomemos el hilo central. Hasta ahora, sabemos que el hombre es el escribiente, que se escribe para comunicar algo de un receptor a un emisor (cosa curiosa, a veces pasa a la inversa), que se puede escribir en concensos y que se puede escribir la subjetividad.

Una cuestión más, y necesaria para abordar antes de irme a mi tercer punto, es que también aliento el pensamiento de que todo está inmiscuído de subjetividad, y que así como no existe la subjetividad pura en lo que se escribe, tampoco existe el concenso puro como método de comunicación.

Uno podría rebatir muy sencillamente este argumento poniendo cualquier codificación existente, desde el código Morse hasta la nomenclatura de los elementos en la tabla periódica. Pero si vamos al ejemplo de Morse, tendríamos que admitir que si el propio Morse creó el código, puso en él la impronta de su subjetividad, inevitablemente, ya que es el primer código de su especie. De esta manera, cada vez que lo utilizamos no hacemos más que transformar la subjetividad de Morse en concenso. El proceso también se da a la inversa; recuerden a los pequeños concensos ordenados de una manera específica y en una cantidad que a cada uno le guste. Por lo tanto, puede deducirse que tanto subjetividad como concenso se reciclan constantemente y se alimentan mutuamente. Miles de simbologías expresan la dualidad; elijan la que más les guste.

Sin ponerse en metodológico ni rompebolas, volvamos al punto principal del texto, aunque si quiere tómese unos segundos para digerir la idea y para contemplar la cantidad de casos y ejemplos que, el autor sabe, usted puede citar simplemente de su propia experiencia. Lo sé, nos pasa a todos; es lo genial de escribir, también. El concenso es tan variado y complejo, que es inevitable que se tengan algunos puntos de contacto entre autor y lector.

Continuemos.

Hasta este punto el lector podrá observar que todo lo escrito arriba actúa, generalmente, por concenso. El concenso es aburrido terminológica y ontológicamente hablando, como lo es toda burocracia, y quizá por eso el texto pueda tornarse denso. Pero ahora llega la parte más difícil y, sin embargo, más amena de esta colección de palabras.

El escritor. Habíamos dicho un montonazo de cuestiones respecto al escritor, de cómo y porqué escribe, de para qué escribe... pero solamente clasificamos y citamos casos. Ahora me gustaría hablar de lo que en el vox populi se conoce como escritores; aquellas personas que se dedican íntegramente a escribir, o al menos, dedican una buena parte de su tiempo al ejercicio de la escritura. Por lo general estos sujetos vuelcan tal parte subjetiva en sus trabajos que es imposible no citar casos únicos en trabajos de impronta indudable. Quien cite cualquier pensador que haya existido o existe no puede negarlo; tampoco cualquier persona con un rudimentario conocimiento en literatura, o recopilación, o investigación. Y ahí nace una cuestión innegable, que es la de la creación.

Verá, querido lector, soy otro de esos que piensan que la escritura es una manera de hacer arte, también. Y todo artista conlleva consigo un creador. En realidad también podría argumentarse que todo humano tiene algo de creador, y por ende, todo humano tiene algo de artista. También creo en eso, muy a pesar de haber recibido textos respecto a personas que tenían la actitud de una piedra.

Poco importa. Todo humano conlleva en sí la semilla misma de la creación, y como tal, la ejerce. Algunos esculpen, otros descubren curas milagrosas contra el HIV e inclusive algunos predican haber visto a la virgen de la capilla llorar. Pero todo esto no es más que creación humana. Desde el principio hasta el fin de nuestra vida, al vida de un hombre cualquiera puede resumirse a la creación, desde que tiene uso de razón hasta su pérdida, e inclusive a posteriori también.

Esto no quiere decir que la creación sea algo hueco o vacío, como puede creerse luego de haber relacionado el hecho de que el concenso concibe a la subjetividad. Para nada; para los hombres, no hay nada más verdadero que lo que crean. Asimismo, es irónico ver como los hombres, también, llegan a tener principios férreos que hacen que se desmienta la creación ajena. También es propio del hombre dispensar odio con facilidad.

Aquel lector que haya llegado hasta este punto y desmienta algún principio de este texto, sírvase por favor de pasar al baño, tomar cualquier líquido de su agrado y tomarse cinco o más minutos de su tiempo para pensar en algún ejemplo de este sistema lógico que no tiene o haya tenido lugar en sus existencias (no voy a decir vida) desde que tiene conciencia de sí mismo.

Ahora sí. Hagamos una pausa un poco más larga y lo invito, lector, a que continúe recibiendo lo que yo vuelco en estos bits.

Me gusta la palabra artista, así que me voy a valer de ella. Retomando:
El escritor de profesión (como se lo podría llamar a la manera del concenso) conlleva consigo mismo la subjetividad y la creación de cualquier cosa que esté intentando transmitir. Más arriba creo haber dicho que cada subjetividad es única e irrepetible (y si no lo dije, lo termino de decir ahora); por lo tanto podemos deducir que cada Escritor escribe cuestiones únicas para sí mismos. Pero existe un problema casi único y espectactular, que es el que me lleva a, valga la redundancia, escribir todo esta sarta de cosas.

La subjetividad se construye desde el concenso, por lo tanto, es plausible y posible que exista una comunicación casi transparente entre escritor y lector. Sin embargo, recordemos que cada subjetividad es única; ergo, la subjetividad que el lector usará (la suya propia) como índice de comparación a la hora de leer una obra o un texto cualquiera no será la misma que la del escribiente. De esto se deduce que, sin importar cómo, cuándo, dónde, cuánto o qué se escriba, el lector jamás podrá comprender por completo lo que el escritor quiso decir, por completo, en cualquier obra que éste analice.

Este principio, único valedero en el que realmente creo, es lo que realmente me permite seguir adelante. Había una frase que César solía decir y que he adoptado para mí mismo, que decía mas o menos "Mientras quede algo por hacer, no habré hecho nada" ; a la manera del escritor, pude reemplazarse Hacer por Escribir. Cualquier lector a este punto podrá pensar en mi masoquismo pues, si realmente no se cree en que se puda transmitir por completo cualquier cosa que se escribe, tampoco podrá terminar de escribirse todo lo que se tiene que escribir. Y ahí, en el remate de esta primera parte de Sobre Escribir, se cae en el absurdo.

Si lo que se escribe no será jamás cognoscible del todo por el lector, ¿Para qué se escribe?
Si la escritura es, en base, una manera de comunicación, ¿Para qué esforzarse cuando es defectuosa?
Y, la pregunta más bella e irónica de todas, ¿Es en realidad el escritor, como todo artista o creador, un egoísta que intenta transmitir un mensaje que jamás será recibido? O, cayendo en la imágen poética, ¿Es el escritor aquella persona que abandonada en una isla, arroja una botella con un texto garrapateado en un mensaje, con la esperanza de que alguien lo encuentre?

Querido Lector, si ha llegado a este punto le agradezco su tiempo y su lectura. Salga por donde entró y recuerde, aléjese de la nicotina.

Por cierto, concenso me gusta más con ce que con ese.

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