miércoles, 10 de agosto de 2011

Espectatriz

Básicamente todo arranca con un hombre vestido como para viajar a un lugar con un clima relativamente frío, con cara de apurado y muchos parches encima. El hombre, de edad temprana aunque de ojos avanzados, parece correr entre andenes y entre personas, cargado con el propio peso de la ropa y el ancla de las valijas. Pero, sobre todo, con las agujas del reloj clavándose en sus venas e inyectándole la prisa de lo inevitable.

El hombre parece fracasar y, molesto, tira valijas al piso e intenta normalizar su respiración, agitada por la breve carrera. Algo de tristeza y un apuro de bronca se refleja en sus muecas y sus movimientos. Finalmente se derrama sobre el piso: el espectador atento notará entonces que el hombre larga un suspiro de salida, no de entrada, como los que relajan. Todo suspiro relaja, pero los suspiros de salida son de nostalgia, tristeza o resignación, mientras que el de entrada es de gozo, serenidad o tranquilidad. El dibujo, el texto, el escenario en sí carece de completa descripción: exceptuando al hombre, el espectador no ve más nada en el gris y ceniciento retrato de palabras.

Después de todo, lo importante es el espectador, no?

El escritor decidió remover el tintero esta madrugada debido a varios factores. Primero, para azuzar a la repentina capa de polvo que vino a aposentarse sobre él, con insolencia, como si fuera a dejarse abandonado. Segundo, a intentar rescatar de la cabeza algunas ideas, desprendiendo algunos fragmentos de papel que no quieren irse, como las canas.

Y sin embargo, el hombre que hay en el escritor debería moverse al son de la máquina y no a través de ella. Pero sin obviar motivos, no es este texto excusa alguna para la explicación de la máquina o la agenda del escribiente.

El núcleo del texto es el espectador. En realidad es un tema, como la gran mayoría de los ejes compuestos, examinado con anterioridad por personas con muchísima más capacidad analítica, y debatido en una larga extensión por las llamadas Ciencias Humanísticas, si se quiere. Lo que el escritor quiere rescatar, como siempre, es el análisis del espectador primordial: sin ánimos de adherirse del teatro, de la pintura, de la música y de la escritura, pretendo moverme al espectador primordial, aquel que se encuentra frente a toda obra de arte sin siquiera esperarlo.

Hubo un texto que me frenó esta noche en el derrame insospechado de energías mal aprovechadas: un texto que planteó varios interrogantes y aró varias sonrisas en mi rostro al ver que todo autor sigue hurgando en las urnas griegas y en los existencialistas alemanes, como si ellos hubiesen encontrado la llave a la creación y se la hubiesen llevado con ellos.

No se fíe, querido lector. No estamos acá para hablar de esto tampoco, pero creo apropiado declararlo: los hombres que nos precedieron son completamente citables, examinables y admirables por el simple hecho de habernos precedido; pero el hecho de regresar en la cronología e intentar aplicar andamiajes que hoy no sirven es un vicio que cualquier humanista tiene, mal que nos pese. Un vicio que, muchísimas veces, es motivo de fracaso rotundo o vergüenza calumniable.

Ese texto (retomando) llamaba al reconocimiento de ese espectador, pero para no pecar de impreciso se movía por las aras del teatro, un arte en el que he incursionado poco pero del cual me agrada la práctica. Varios puntos fuertes sacudieron mis cimientos: el hecho de que se apelara en algún momento al espectador como parte de la obra en conclusión y en síntesis, y las razones que se daban para esto estaban, como es de esperar, bastante bien fundamentadas en su gnosis. Que si el espectador queda en espacio de espectador se reduce a una nadería de humanidad, y cosas por el estilo.

Querido lector, hoy día me propongo ponerme un poco a debatir respecto al espectador en sí, que si usted tiene algo de espectador dependerá de su propia concepción del término.

El espectador en sí (tomando como referencia de espectador al hombre, como se señala más arriba, que contempla una obra, y tomando por contemplar el hecho de decodificarla y resignificarla) es precisamente un hombre cuyas susceptibilidades puedan llevarlo frente a una obra determinada, y de ahí en más, poder moverse por los círculos que orbitan alrededor de toda obra para hacer con ella lo que quiera.

Ojo, no estoy siendo exagerado. Un espectador puede ser muchísimo más que simplemente el resúmen de humanidad sucia que ese texto me sugería. Un espectador puede transformarse muy fácilmente en crítico, o en artista, o en co-creador, o resumirse simplemente al hecho de ser el espectador completamente pasivo, dejando que el eco de la obra se pierda en las miríadas del tiempo.

El espectador es parte íntegra desde la obra desde el momento en que un artista puede serlo sin él, pero no por ello estar completo. El artista genera, y en su génesis está la exégesis del deseo de ponerse en vista, en vidriera o lo que desee. Cualquiera podría esgrimir en este momento la espada de un Kafka, por ejemplo, que siempre escribió para él y antes de morir exigió la quema de todos sus escritos. Ante esto puedo objetar que el artista puede no inmutarse ante estar en vidriera, o hacer de su arte un onanismo sagrado (y ¿qué onanismo no lo es?). Pero la vidriera está funcionando siempre y siempre existe alguien que difunda la palabra. Los profetas sobran en una tierra que vive de la comunicación incompleta o defectuosa.

No de esta manera de constituye un artista. Mientras el espectador se constituye casi sin saberlo (o sin ser consciente de ello), el artista casi siempre debe hacer uso de su voluntad para la génesis. Otros podrán objetar que la génesis no siempre es controlada o no siempre es de sencilla lectura. Coincido con esto; nada de lo que se trata aquí es de sencilla lectura. La verdad nunca lo es, después de todo.

Pero me fui de tema. Perdón, querido lector. Retomemos y vayamos al grano.

El espectador no es un resumen de nadería, una cosa horrible de humanidad totalmente pasiva. Solamente la voluntad de él mismo puede llevarlo a resumirse en ese estado. El espectador en potencia, como el artista, siempre tiene la chance de crear y de moverse por sus propios arcos intelectuales y artísticos. El espectador siempre decodifica la obra de un artista; de otra manera, sin saber por pre-concepción todo lo que significa el colosal conglomerado de símbolos y sígnos que definen una obra, nunca podría ser apta a la aprehensión. El espectador descompone una obra y la mira a trasluz; y después, obviamente la resignifica: la resignificación es el proceso más importante y donde se puede dar la génesis de algo nuevo.

Ilustremos con un ejemplo. Para el artista creador, una estatua de un hombre pensando puede significar ese abuelo viejo que tanto adoptaba esa posición, y la suma de sentimientos y recuerdos que este abuelo le suscita. El espectador ve la estatua y descompone los símbolos; la pose del cuerpo, el material, la luz, la edad aparente de la estatua, los gestos de la cara, la manera en que es presentada. Luego los reúne y los resignifica; arma con ese hermoso rompecabezas otra figura, en la que la estatua del abuelo fallecido ya no es esto, sino que es la estatua de un hombre que se plantea seriamente si perpetuar un asesinato, o no.

Obviamente todo puede llegar a ser de mil maneras. Así como ese hombre vio esa estatua, otro puede ver otra, o mejor dicho, reconstruírla del todo y pensar que ese hombre simplemente está cansado. Los hombres en los que los ecos del arte menos retumban solamente verán el símbolo más esencial de la estatua, que es la estatua misma. Quizás exista un hombre con una figura abuélica similar a la del artista y llegue a captar la esencia primordial que el susodicho quiso imprimir en esa pieza. Quizá nada de esto tenga sentido, pero es así la manera en que el escritor ve ese análisis mecanizado que se realiza a la hora de contemplar cualquier obra.

Generalmente existen algunos símbolos que son tan básicos (o que genéricos de repetirse tanto en todos los hombres), que una obra en su simpleza puede llegar a ser vista casi en su totalidad por todos. El símbolo de la estatua en el ejemplo anterior es una ilustración de ello.

Sin embargo, y remitiéndome al escrito anterior Sobre Escribir I, es hipotético pensar en la metáfora del iceberg, pues el espectador nunca podrá ver más que la punta de esa monstruosidad subjetiva que es toda la obra.

Sin embargo, un artista puede suscitar cualquier cantidad de cosas en un espectador, o en un hombre cualquiera. Como ejemplo, me coloco a mí mismo, muy capaz de escribir por mí mismo pero más cómodo produciendo mientras escucho música.

No existe, en realidad, obra artística de la que no nos aferremos a la hora del bagaje que llevamos con nosotros todo el tiempo. Gran parte de la decodificación está dado por el gusto, y el gusto viene de mano de lo que hemos contemplado a lo largo de nuestra vida. Sin haber conocido las peliculas de la Hammer nunca podría haber conocido a Vincent Price, ni haber amado su voz y sus gestos.

Sin ánimo de diversificarme nuevamente, quiero cerrar nuevamente este texto con la misma advertencia de siempre respecto a la nicotina y dejarlo, querido lector, con una nueva reflexión. Hay artes que demandan la presencia de un espectador más que las otras, y la sensación de querer estar en la vidriera viene directamente ligado a ello. Como teatrero y escritor puedo objetar que si bien la escritura me resulta un arte legada a la completa soledad a la hora de terminar con ella, el teatro es directamente inverso en ese sentido: uno actúa (o genera, para coincidir con el léxico) para sí mismo, principalmente, pero también para el compañero de teatro y el espectador. Esto es perfectamente entendible debido al tiempo que lleva contemplar ambas obras acabadas.

Definitivamente, a la hora de la nicotina (estamos a media hora de ella, siempre), quien les escribe contempla lo que ha escrito y no solamente se percata de que es una porquería simplista y aburrida, sino que el espectador probablemente tenga conclusiones muy similares respecto a la opinión de quien les escribe, transformando esta obra en algo de inutilidad extrema.

Pero, ¿Acaso el arte es inútil en su mayoría, o una de sus funciones es calmar la locura del creador que posee al artista de vez en cuando?

Nunca sabremos si a ese hombre de temprana edad y mirada apurada se le fue un tren, un colectivo o el amor de su vida, o quizá su vida misma. No tenemos el contexto necesario. Pero sin embargo, el hombre mismo refleja en sus ojos y en sus actitudes a ese tren, ese colectivo, ese amor y esa vida que se le fueron en un simple gesto: el del suspiro que sale.

No lo voy a repetir. Aléjese de la nicotina.




Recomendación de lectura: http://inquietando.wordpress.com/textos-2/the-emancipated-spectator-by-jaques-ranciere/
Sugerencia de música: http://www.youtube.com/watch?v=B5u0ixvvLCk

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