jueves, 5 de julio de 2012

Elementos Demorados

""Soy tan feliz", dice Sonia apoyando la mejilla en el pecho de Roland adormilado. "No lo digas", murmura Roland, "uno siempre piensa que es una amabilidad". "¿No me crees?", ríe Sonia. "Sí, pero no lo digas ahora. Fumemos". Tantea en la mesa baja hasta encontrar cigarrillos, pone uno en los labios de Sonia, acerca el suyo, los enciende al mismo tiempo. Se miran apenas, soñolientos, y Roland agita el fósforo y lo posa en la mesa donde en alguna parte hay un cenicero. Sonia es la primera en adormecerse y él le quita muy despacio el cigarrillo de la boca, lo junta con el suyo y los abandona en la mesa, resbalando contra Sonia en un sueño pesado y sin imágenes. El pañuelo de gasa arde sin llama al borde del cenicero, chamuscándose lentamente, cae sobre la alfombra junto al montón de ropas y una copa de coñac."


Todos los Fuegos, el Fuego - Julio Cortázar




Hasta el día de hoy nos sobreviven con incontables piruetas elementos que no terminan de irse, o que pertenecen por su naturaleza endémica y palpable a un mundo que es y no es el nuestro; es cierto que gran parte de la cultura humana, en simbología, rituales y aspectos, está orientada hacia la reivindicación del pasado en sus diversas formas; la preeminancia y la preexistencia de un mundo, una tierra y unos seres humanos más o menos parecidos a nosotros es un concepto que devoramos sin entender muy bien, y nunca terminamos de abrazarlo porque no terminamos de entenderlo de todo. Sin embargo, existen fuerzas o relaciones de sentidos más viejas que el hombre mismo, solo porque el hombre así lo ha querido.

Cuidado, lectores, no voy a adentrarme entre los adoquines que representa el pretérito para los empíricos, pues es un debate del que pocas guindas pueden salir; sí voy a hablar, creería que con cierta belleza, de aquellos aspectos o elementos primigenios que nos han sobrevivido y nos sobrevivirán, muy probablemente.

Hace unos años investigaba y leía cosas respecto a la Danse Macabre, de la cual puedo sacar otra frase un poco más alegórica; Quod fuimus, estis; quod sumus, vos eritis , que en latín significa 'Lo que Fuimos, eres (o son); lo que somos, serás (o serán)', en un silogismo incompleto que encierra la brillantez de la inmortalidad; darle labia a un muerto siempre renueva el carácter vital del ser humano, pues adjudicarle una propiedad inequívocamente viva a un cráneo estático nos habla de el deseo encerrado hacia la eternidad y la posteridad, sí, pero también del deseo de conversar con ese pasado, ese misterioso y a veces críptico pasado que nos narran voces, padres, amigos, hermanos, libros y testigos. En síntesis, todos son sinónimos perfectamente intercambiables; el pasado es inexorable porque todas estas fuentes de información son fidedignas a medias, y en ese a medias que los enciclopedistas combaten sin ton ni son se encuentra la parte relativamente metafísica, mística, misteriosa o, en simpleza, bella del pasado.

Es muy sencillo, encerrado en este precepto; el desconocimiento de algo solo lo hace más bello, pues cada persona completa en su mente lo que no le fue dado, casi siempre tendiendo a una perfección y completitud inhumanas. Es por eso que cosas como los estudios científicos inacabados o las obras perdidas de un determinado autor nos embelesan; creemos en la perfección precisamente por el hecho de que es indemostrable. Y la falta de pruebas solo hace que la posibilidad de perfección sea cada vez más posible.

Volviendo al tema: elementos primordiales o primigenios que nos eluden y sin embargo siguen estando ahí. La cita de Cortázar no es casual, pues hay dos elementos que nos acompañan desde las primeras épocas del hombre; la chispa y el fuego. La chispa, por su capacidad efímera de cortar el aire y emitir una luz cortísima, apenas perceptible, que se hace flash en un entorno lo suficientemente oscuro, tiene encerrada dentro la esencia misma de la vida; todo es efímero, todo pasa, ilumina y, si puede, enciende algo. El fuego, por el otro lado, es el símbolo perfecto para varios esquemas lógicos basados en la mutación, pues, ¿qué otro elemento cambia y se modifica continuamente, y está dado por el mismo cambio, sin perder su identidad? El calor en días de frío que devuelve el compañerismo de las venas y las aúna, de a poco.

También el acto casi instintivo de aunarse con otros seres humanos, recogiéndonos y replegándonos, buscando el apoyo incondicional cuando surge alguna situación que nos asusta, o nos molesta, o nos mueve dentro o fuera de nuestro propio esquema rutinario normal. También el hecho de sentir alegría ante el olor a madera, el olor a polvo, entre muchos otros aromas. Las experiencias sensoriales pueden llegar a ser los elementos primigenios más antiguos de todos, sin que lo sepamos; reminiscencias del pasado se acercan y nos toman de la nuca en el momento menos indicado. 

Otros, que son momentos, son los momentos previos e inmediatamente posteriores al sueño, por no hablar del acto sexual. Nada trae más reminiscencias que esto; las sensaciones corporales, anonadadas en una y exacerbadas en otra; la carga hormonal y mental, además de toda esa pequeña conjunción que conlleva tener un lugar específicamente protegido del mundo y de nosotros mismos para llevar a cabo ambos actos.

Igualmente, de todos los elementos (inanimados, al fin y al cabo) de ese mundo anterior y a veces casi antediluviano que nos acompaña, creo que no existe ninguna otra referencia más física y visible que los gatos. Los gatos merecen un artículo aparte, esto es obvio, pues son de un carácter profundo que pocas veces interesa analizar; pero ellos son el súmmum de nuestra propia manera de contar caminos, experiencias y recodos. Cada gato parece tener grabado a fuego en cada cromosoma la manera en que eran sus antepasados, y parecen haberse quedado atascados en una época en la que cuestiones más sencillas y menos complejas ocurrían. Tienen una conexión directa al silencio, a los lugares lúgubres o tranquilos, al arte de la sutileza, a su direccionamiento crónico de cazadores natos. Un gato tiene un universo mudo encerrado en esa mirada; la mirada que te mira a vos para que vos te mires a vos mismo en esos ojos tan antiguos, tan viejos. Gatos, miles de gatos se ven en esos ojos. Momentos y espacios oníricos, sombras y posibilidades, además de darles atribuciones a fantasmas que a veces no saben cómo enfrentarse a la frialdad de las redes sociales.

Si, definitivamente los gatos son la manera más viva en que el pasado nos encuentra. Gatos que vemos en sueños, en pesadillas, en la calle o en planes proyectados a futuros; es como si el tiempo no tocara al gato, lo dejara igual y perenne, y es como si el gato ya hubiera alcanzado el punto máximo en esa ridícula escala que el hombre llama progreso. El gato vive una existencia plena y tranquila, en su propio cosmos, su microcosmos de silencio y noche. Y sin embargo, está en pasado, presente y futuro al mismo tiempo. Y si bien es posible que el perro, por ejemplo, o cualquier otro de los elementos anteriormente mencionados, se modifiquen con el correr del tiempo, el gato permanecerá de la manera que es y siempre ha sido. Un gato, dos gatos, un millón de gatos, todos iguales, existiendo y coexistiendo en un mismo tiempo, pero en infinidad de lugares.

Les son atrbuídas tantas propiedades, tantos mitos y tantas vigilias que yo solamente quiero darles un blasón más para blandir; los gatos son guardianes letales de la Nicotina. No de la Nicotina, sino de que el hombre no acceda a ella. Cuidan solamente a las cosas que les interesan (y pocos son los hombres que les interesan), así que no se engañen si un gato les deja atrapar a la Nicotina rápidamente; muy probablemente fuera porque no les dispensa ningún buen deseo.

Les dejo con sus gatos, mis gatos (reformularía; todos los gatos el gato), y lejos, bien lejos de la Nicotina. No debería existir, como tantos otros fracasos genealógicos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario