martes, 2 de agosto de 2011

El Reloj Invertido

En algún punto entre la sencillez y la cama, apartando de lado las ganas de buscar una excusa para que la máquina lo aplaste con pleno gozo y, como quien espanta un mosquito, intentando dilucidar el momento en que la vida se torna tan complicada: en ese momento hace su aparición un amigo viejo, viejísimo, de las épocas en que el mundo era el barrio y no podíamos dormir pensando en papá noel: el Insomnio.

Ahora, siendo ya un hombre hecho y haciéndose, el Insomnio nos sonríe con esa sonrisa de dientes chuecos y nos invita a encender un cigarrillo. Nosotros, que somos necios y creemos en la imposibilidad, lo encendemos: usted, lector, que conoce de las maneras en que esos espectros que se manejan por los hospitales, llamados Médicos, asustan a la sociedad con diversos fantasmas, es más inteligente y se aleja de la nicotina como siempre advertimos.

El Insomnio puede venir con muchas cosas abajo del brazo, y muy pocas veces se presenta con pan; es como ese pariente molesto al que no le podemos negar la entrada a nuestra casa y que, sin embargo, no capta la indirecta de que no debería volver por esos lares. Precisamente así, mal vestido, generalmente sucio, desordenado y con malas mañas y mareas, nos transmite a nosotros parte de sus rasgos (que obviamente imitamos para no hacerlo sentir incómodo), y quedamos a mano con él, o mejor dicho, él queda a mano con nosotros.

Sé que no cabe en este texto, pero es de mi creencia que el Insomnio sabe perfectamente que la gente en general lo aborrece o le molesta su mera presencia. Por lo contrario, no solo sabe que es su derecho el de aparecerse cuando se le antoje y en el lugar que se le antoje: lo ejerce con la violencia de las Abuelas y Madres de plaza de mayo, sin ofender a nadie ni tampoco emparentándome con ningún otro.

Como decía antes, el Insomnio solo guarda un detalle del complejísimo ritual de visita a otro: cae consigo alguna cosilla, un vicio, una bebida, una necesidad impulsada por el hambre (y acaso el hambre no impulsa de excelente manera las necesidades) o cualquier otra cosa.

Decían algunos que los vampiros, vourdalaks o como le quieran llamar a esos otros entes nocturnos, solamente podían entrar en una casa si su dueño, amo o señor les invitaba a pasar. El Insomnio, en vez de todos esos colmilludos, no necesita permiso para pasar; sí lo necesita para quedarse. Verán, para los atentos como nosotros, ahora sí, usted y yo, querido lector, notamos que el Insomnio pasa como quien no quiere la cosa por nuestra estancia, o donde sea que nos encontremos cuando le vemos la cara. Es peor y más errático su comportamiento cuando empezamos a mirarlo con insistencia; parece ponerse nervioso, mira constantemente relojes que ya no están ahí y sabemos que en cualquier momento, el mismo en que nos disponíamos a echarlo, esboza una mueca torcida similar a una sonrisa y nos dice que disculpemos, que ha quedado en verse con alguien o que se le va el tren. O, lo que es aún menos creíble, que se le hace tarde para el trabajo.

Por eso lo peor que puede hacerse a la hora de trabajar con el Insomnio, o trabajar en que el insomnio se espante es ignorarlo; si se lo ignora, como cualquier cosa que tiene ganas de aprovecharse de uno, urde los mil y un planes y crece a sus anchas. Es como la humedad, que se ha devorado una pared sin que lo notáramos... aunque sí lo notáramos antes.

Cuando se lo ignora con repetidas veces, el Insomnio termina por creer que su presencia ya no causa estragos; que, en realidad, no es ni malo ni contrariado, y que sus dientes son la mejor sonrisa que puede resplandecer sobre la tierra. En este punto, y después de repetidos encontronazos generalmente nocturnos, el Insomnio decide aparecerse una de esas tantas noches (que a este punto ya se transformó en rutina) con un reloj de arena en la mano. El reloj de arena es el peor de todos los elementos con que el Insomnio puede aparecerse, y si usted, querido lector, le mira los ojos con detenimiento, notará un leve brillo siniestro en ellos.

Cuando, descuidadamente y sin que uno lo note, el insomnio de vuelta ese reloj simbólico, el suyo también lo hará, y de esta manera echará un ancla casi permanente en su cronograma. Le será imposible dormirse a una hora pautada, podrá dar vueltas en la cama y perderse en las más profundas extravagancias de la internet "sin darse cuenta", aprenderá las mil y un artes de bañarse, comer y cagar en horarios estrambóticos, y, obviamente, el trabajo paciente y casi de orfebre de convencerse a sí mismo de las más descabelladas suposiciones.

Para este punto el Insomnio podrá reclamar una nueva conquista, que si es conquista parcial o no a él mucho no parece importarle.

Cuidado con lo que se lee, lector. El Insomnio, como la gran mayoría de esos entes que la gente menciona tan a la ligera y no dignifica ni dimensiona, no es malo ni tampoco es bueno; es simplemente torcido, y como todo torcido tiene su sombra y tiene su peligro de derrumbe. El Insomnio tampoco lo quiere muerto: los cadáveres le provocan la más profunda reverencia y también lo aburren. Después de todo, un hombre muerto no le sirve para nada.

Mucha gente se deja engañar sin siquiera saberlo. La única espada que se puede blandir en contra de él es la de la voluntad humana, que todo hombre lleva consigo a lo largo de toda su vida; también le recomendaría utilizar de armadura a sus almanaques, sus agendas, sus compromisos y, sobre todo, su deber ser; la teleraña de la Máquina sirve perfectamente contra él, pero no se afane en este detalle o también caerá en una de sus trampas sin darse cuenta. Recuerde que el Insomnio es tan viejo como el hombre, y de pelotudo tiene poco.

Otros, como quien les escribe, vio girar ese reloj hace tantos años que ahora no le parece inusual verlo continuamente, en la peatonal o en la facultad, en el trabajo o en un viaje en colectivo. Tenerlo de compañero es tan malo como tener un abuelo que lo sigue a uno a todos lados, solo que uno puede librarse de toda moral por tratarse de él, específicamente de él.

El Insomnio es un tipo alto, de pelo cano medio despeinado, ojos negros y diminutos y sonrisa torcida casi permanente, que parece no engordar nunca y tener frío todo el tiempo. Afortunado de quien no le haya conocido todavía, aunque no sea pelotudo usted también y se deje engañar: probablemente si llegó hasta acá, ya lo conozca de memoria. Las redes sociales han sido una de sus mayores inversiones en los últimos quince años.

Le dejo un abrazo, lector, y recuerde usted alejarse de la nicotina mientras va hacia la salida. Muchas gracias.

1 comentario:

  1. a mi el insomnio me cae bien... porque si ha venido a visitarme, quiere decir que de alguna manera me he salteado la telaraña de agendas, responsabilidades, burocracia, etc. etc. en la que vivo... Para mí, el insomnio viene de traje, bien bañadito y con flores con olor a canela, café y chocolate... Ojalá viniese a visitarme...

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