sábado, 14 de abril de 2012

La Mediocridad como Subsistencia

mediocre.

(Del lat. mediocris).

1. adj. De calidad media.

2. adj. De poco mérito, tirando a malo.










A la hora de encenderse un cigarrillo uno no piensa; actúa. A la hora de vestirse, bañarse, tirarse a dormir, subir a un colectivo, uno no piensa; reacciona. De la verdadera manera en que podemos estar barrileteando otras cosas en la cabeza, no pensamos en el acto que realizamos, tan integrado al propio circuito de nuestro cuerpo que no vale la pena gastar energía y sinapsis en ello. Sin embargo, hacemos esos actos, y no podemos evitar ponernos a planchar la ropa mientras organizamos mentalmente la agenda para mañana, o tampoco podemos ir al baño sin dejar de pensar en un lugar estático donde mudarnos.

Lamentablemente, el pensamiento también se automatiza en esos momentos. Ojo, con esto no quiero decir que esto sea netamente negativo; el pensamiento automático y creado mediante hábitos nos sirve para sobrevivir, y así como en todo el día enarbolamos uno o dos actos de creación independiente mediante el ejercicio del pensamiento crítico sin teñir todo con los actos mentales automáticos, tampoco se podría sobrevivir a la génesis del pensamiento puro en cada instante; nos veríamos reducidos a autómatas, e inclusive éste acto se vería adoctrinado o subordinado a la rutina, al pensar en qué hacemos, cómo lo hacemos, para qué.

Es inevitable, entonces, pensar en la cuestión de contraposición; la originalidad y la génesis pura como némesis de la rutina y la automatización. Pero existe una manera un poco más arisca de verlo; y es la de anteponer el propio llamado personal al de la necesidad de los gustos. Para esto tenemos que dimensionar el poder de la novedad, brillante y centelleante, al de lo ya conocido.

Analicemos un poco más este concepto. Desde su nacimiento, el hombre no hace más que engullir conocimientos, con todo lo que ello integra; degustar, comer, digerir, desechar lo que no sirva. El bebé devora con los sentidos el mundo próximo, aprendiendo y aprehendiéndolo, que no son la misma cosa. El niño, ya establecido en el mundo que ya devoró y del cual se siente parte (con un sentido más o menos asumido de pertenencia al entorno deglutido), devora relaciones sociales, gestos, actos que más o menos "está calificado" para hacer. Luego de esto, la vida de un hombre podría resumirse en devorar y deglutir una y otra vez la misma cosa; relaciones sociales, con sus infinitas variantes, y actos que está "más o menos calificado" para hacer, o dejar de hacer.

El principio viene sencillo. El hombre devora y engorda hasta su muerte, repletándose de todo lo que está a su alrededor o, mejor dicho, lo que se esfuerza por buscar. Pero aquí viene justamente el punto breve del quid; no existe placer en la repetición, así como todos nosotros tenemos un momento del día en el que comemos por mera aglutinación, por costumbre o simplemente para callar el hambre; no degustamos, tragamos, y así se continúan los días. El no ser participante conciente del acto, por sencillo que sea, hace que traguemos sin degustar, y eso nos juega en contra muchas veces.

Las hordas infalibles que creen combatir a La Máquina pero que en realidad aran su camino trabajan desde hace un tiempo bastante largo en ciertos conceptos que se esfuerzan por meter en las cabezas de la masa, o de ellos mismos a veces. El concepto más maravilloso y único de todos es el de la indivisibilidad, la cualidad de ser único, la personalidad y lo hermoso y milagroso que es ser un hombre razonante. En síntesis, festejar con petardos y lombrices el acto de estar vivo, de ser uno mismo, de asumir una identidad.

No voy a entrar en detalles, porque cómo verán este texto viene hablando a grandes rasgos, rozando apenas con las puntas de los dedos la cara de unos conceptos grandes como barrancas. Tampoco me voy a poner en la piel de todos; de hecho, todos somos únicos por un hecho muy simple, validado también por las hordas infalibles; no existe libro de cocina para hornear a un hombre, y la multiplicidad de elementos que nos conforman es irrepetible. De hecho, somos el resultado de una excepción única en un momento determinado, y eso es innegable.

Pero enaltecer la cualidad de únicos solamente fomenta una felicidad basada en la mediocridad de saberse único, igual que todos. Al sabernos nosotros mismos, al asumir nuestra identidad o al estar felices con el pequeño trabajo, situación social o momento que nos tocó existir a lo largo de la vasta y más que colorida historia del hombre solamente asumimos nuestra antorcha de hombre, lo cual es un acto hermoso y que, en realidad, todo hombre tendria que tener.

Pero no alcanza. La hoz de la mediocridad nos sega a todos por igual, a la misma altura. Y podemos ser un hombre tranquilo, una mujer modesta, un cura de barrio o un cantante de radio y no encontraremos nunca la manera de salir de la mediocridad de sabernos nosotros.

Lo que en realidad se quiere expresar con esto es que el hombre debe asumirse como tal y saberse, más que nada, sentirse y conocerse. Conocerse a sí mismo no es una tarea sencilla, tampoco imposible. Saberse es relativamente simple, y sentirse ya conlleva un esfuerzo y un tiempo que pocos pueden asumir. La verdad detrás del guiso es que todos estos actos son el primer paso de una larga escalera que, en este punto histórico, nunca subimos. Considerarnos a nosotros mismos es barrer para casa, y esto juega a favor y en contra. Es hora, creo, de que la humanidad suba al próximo paso; saberse a uno mismo y poder coaccionar con el poder de la multiplicidad, de la masa de verdad y no la masa homogeneizada que han hecho de nosotros. Entiéndanlo; el poder de las hormigas no está simplemente en el número. Es mucho más útil y práctico un ejército variado que uno de simples soldados rasos, que es lo que hacen de nosotros; especialmente cuando creemos que cualquier soldado puede ser nuestro enemigo, al menor asomo.

Bueno, eso es prácticamente todo; el hecho de que, en este momento histórico que estamos viviendo, quizás seamos testigos de una humanidad que logre salir del enfrasque en sí mismo y logre accionar como integridad, como humanidad propiamente dicha. Recuerden, solamente, que La Máquina no duerme y que es un enemigo duro de pelar, pero no imposible. Después de todo, fue hecho por hombres, y como todo lo que los hombres hacen, no es perenne.

Aléjense de la Nicotina lo más rápido que puedan y tomen un alfajor al salir, de ser posible

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