jueves, 26 de enero de 2012

Esa Costilla Restringida

Es muy fácil hacer analogías bellas cuando uno tiene una linda biblioteca a la que recurrir, mentalmente o no, o simplemente cuando se tiene acceso a internet. Desde ambos puntos, o desde cualquiera, la fácil citabilidad que cualquier mito, historia (cierta o ficcional) u obra de arte nos proveen ayuda a que cualquier escrito, por intragable que sea, termine siendo agradable a los ojos de cualquiera. Después de todo, gran parte de la mecánica de los mitos, la historia y el arte se basa en los signos, la identidad de los íconos y en imágenes, pinceladas nuevamente con cada vez que se las cuenta. Me siento feliz al saber que la nebulosa de la oralidad no se ha perdido, puesto que de vez en cuando y de cuando en vez, la reimpresión (alegórica o no) de todo esto hace perder y generar, nuevamente, miles de detalles que antes no estaban ahí, o que de hecho no están más ahí.

Redundando un poco sobre los temas, he de abordar un núcleo conceptual que, creo, me acompañará toda mi vida; las mujeres. Y sin temor al sexismo ni el fanatismo respecto a cualquiera sea el punto de vista del que se vea este texto, temo, solamente, quedarme corto con las explicaciones, ni tampoco con las imágenes mentales que puedo suscitar. Sepan disculpar, preguntar o putear si algo no les quedó claro.

Como las mentes más vivaces habrán adivinado, el título de este artículo hace referencia al mito cristiano del orígen de la mujer, quizá el mito más difundido a lo largo de todo nuestro vasto planeta, con sus vastas culturas. Si bien puede ser un poco infantil, no deja de resultar útil hacer la observación que este mito conlleva; la necesidad de sacar a la mujer desde la sustancia misma del hombre, como si ella misma no fuera digna o capaz de la génesis que el Dios hizo sobre el hombre, como si fuera un artículo, un hueso, una parte del hombre; una parte necesaria, pero solamente una parte. Es triste que gran parte de la historia ésta sea la interpretación que se haya tenido de tan gráciles seres como son las mujeres; triste y abrupto el ser consciente de que todavía es de gran aceptación en muchísimas partes.

Avanzando más sobre la mitología del Génesis siguen habiendo grandes desafíos y afrontas a las mujeres, la más horrenda, quizá, sea el hecho de que la que estuvo tentada en primer lugar, y el orígen del horroroso pecado original no haya sido sino la primera mujer, culpable de la acusación del hombre. Claro está, los hombres primigenios eran inocentes al punto de la idiotez, pero esto de poco sirve; este asidero argumental ha servido de atolladero para, también, moverse despóticamente en ámbitos de mujeres.

Pero dejemos de lado un poco la mitología cristiana, tan cruenta y horrorosa en ciertos puntos, tan divertida y fascinante en otros. Me gustaría hacer una observación más en otras culturas respecto al papel de las mujeres delante de su propio papel en la humanidad. Si bien es cierto que mujeres en la antigüedad no fueron bendecidas con el reconocimiento que debían tener, o les era otorgado el reconocimiento en cuanto error u horror representaban, esa es sólo la historia que los hombres han dejado que sobreviva, y el hombre, en cuanto y en tanto se pone sexista, puede llegar a ser una bestia horrorosa de ácida renuencia. No por nada existen hoy por hoy hombres que escriben nuestra historia y solo siguen imprimiendo nombres de hombres.

Hay detalles curiosos respecto a la mujer, desperdigados a lo largo de la historia. Dejando de lado la más básica necesidad de reproducirse y dejar legado en la estirpe de su simiente, causa gracia ver las maneras y los modos en que hombres y mujeres han inventado métodos para alejar a la mujer de toda posible evolución, tanto mental como espiritual, y cómo estos cauces, conservados en algunas culturas, fueron castrados cruelmente en cuanto fueron hallados, de la misma manera de que se pisotea la cizaña de la rebelión naciente. Algunos cráneos aplastados por aquí, otras dosis de tortura y persecución, coronadas junto al escarnio público y violá! Tenemos mujeres totalmente encerradas, trabajando toda su vida al punto de quebrarse en mil pedazos, sin tener una sola chance desde el principio, simplemente por haber nacido con un sexo definido y no el otro, el dominante.

Me estoy volviendo aburrido citando casos que todos conocemos. Prosigo;

Me resulta cómodo irme a otros campos, los campos que no se ven tan claramente en algunos lugares, puesto que la violencia, la rigidez de los cadáveres y el rojo de la sangre atraen mucho más la atención que otras vertientes, quizás más intelectuales, quizás más espirituales. No lo sé. Solo sé que, cuando se habla de una diferencia de sexos, indiscutiblemente la propia genitalidad del hombre (como género) queda atada y abrochada a la cuestión que se debate.

Los mitos son, quizás, los cuadros que cualquier cultura pinta (toda cultura tiene, en su cuna, una tonelada de mitos, pequeños o grandes), que terminan siendo más auténticos que lo que los hombres llaman arte, e inclusive a veces, más artístico. Vamos a repasar rápidamente algunas mujeres en los mitos.

Existieron mitos ampliamente dinfundidos respecto a la importancia y la soberanía de la mujer en ciertos aspectos que, como en casi todas las culturas de la tierra, tenían sus paralelos en otras naciones, entre otras gentes, en otras latitudes. Los griegos, por ejemplo, daban gran importancia a las mujeres y les atribuían, por ejemplo, cualidades como el misticismo, la credulidad, la inocencia, la belleza pura, la sabiduría y la constancia. En la milenaria India, la Diosa más aborrecible, Kali, hacía parir una estirpe de asesinos ahorcadores, los thugs, que durarían hasta bien entrada la colonización británica; Las Eddas, sin embargo, rescatan algunas cualidades mencionables; la temperancia quizás sea la más noble. El registro árabe más hermoso nos llega desde dos vertientes mencionables; El Corán y su lírica maravillosa, junto al relato de las Mil Noches y Una Noche, repleto de mujeres ampliamente respetadas, que a veces son caracterizadas como la ruina de los hombres, o a veces como verdaderas deidades. Las tribus de África nos hablaban de mujeres mansas y mujeres que eran Amas y Maestras de la vida, del arte de sanar, de la herboristería. En gran parte de Asia, la mujer era retratada como un objeto delicado que podía ser tocado por pocos, que debía subordinarse al hombre en tanto y en cuanto existiera el mutuo respeto (recordemos el lugar que estos pueblos daban y dieron al honor). Por el otro lado, las mujeres aparecen como Madres, Grandes Madres de hecho, en las Veddas nórdicas, y como terribles tempestades en leyendas populares de Europa del Este; recordemos, por solo mencionar a una mujer mitológica eslava, a la siniestra Baba Yaga.

Los pueblos americanos, variados como eran, no tenían una sola concepción de la mujer; por decir alguna generalidad, podría citar los grandes matriarcados que, según decían la historia de varios pueblos, habían existido muchísimo tiempo antes; de las horas horrorosas con las que contaba una mujer en los días de la sangre, y de la amplia libertad de expresión y la capacidad de amar que tenían estos pueblos, además de la labor, ardua y pesada, de la que no se quejaban jamás.

Existe un elemento que persiste a lo largo de toda la historia mitológica de la mujer, más a pesar de otros que también se repiten. Generalmente, se habla de demonios (por ponerle un nombre común a entes evidentemente malévolos de los mitos) que adoptan forma de mujer, o que eran mujeres en su génesis, que son la ruina del hombre, que no pueden ser superados o que están rodeados de los círculos concéntricos de la tentación; recordemos, por solo mencionar a dos, la génesis del súcubo, o el relato que cuenta Sherezada respecto al demonio con cabeza de chacal que devoraba muertos, similar a los Gules. Por otro lado, también está bien pintado el papel de Madre, un papel que ningún pueblo ha negado jamás; las Dioses que representan la Maternidad (no la fecundidad; ojito con confundirse) son generosas, ampliamente amorosas y despliegan todo ese calor materno que cualquier persona con madre conoce y, sabe, es amor único de una manera única. También, y esto es cierto, se les atribuye generalmente la paciencia y la estrategia, la astucia y la inteligencia, además de darles un carácter místico que muy pocas veces se hace claro. Basta citar los grandes cultos repletos de Sacerdotisas que abarcaron nuestro mundo y disfrutaron de un reinado prematuro y fugaz.

Sin embargo, el elemento que más me gusta y que más persiste es, justamente, el de la belleza. Está bien que con los estándares de belleza altos, el resto de los papeles o valores que se le asignaban a la mujer en el resto de las historias fuera ampliamente aceptable; es más fácil ser tentado por un demonio bello que por un demonio horrible, así como es más fácil reconocer en una mujer bella a la madre que en una mujer fea, o hacer más noble una labor, o atribuírle inteligencia a la belleza, o belleza a la inteligencia. Podría decirse que la belleza era relativa, en tanto y en cuanto sirve como catalizador y caldo de cultivo para el resto de los valores. El idealismo es evidente en los mitos; pero belleza siempre significó cierta nobleza entre los pueblos antiguos, y el hecho de que lo noble era digno de adoración quedaba fuera de la cuestión.

Otra idea se me antoja, en este momento y respecto de la belleza; la historia queda plasmada siempre dependiendo de qué labios parta la voz, o de qué pluma es la que escribe; y la historia, en especial la antigua, ha sido ampliamente difundida por hombres, y jamás por mujeres, o en su defecto, casi nunca; de esta manera, y a pesar de que la homosexualidad sea un elemento permanente y paralelo a la historia de la humanidad, podemos suponer que la exaltación de la belleza femenina deviene de la conclusión lógica. Quizás inclusive los mitos hayan sido pensados para generar hombres propensos a procrear, o mujeres propensas a la traición, a la belleza, a la maternidad, a la astucia.

Sin embargo, el ojo avisor nos advierte; al que somete no le conviene avivar giles, sin por eso darles el opio necesario para que amen lo que hacen. La palabra es a veces la cadena más fuerte con la cuentan los hombres; y llenando a sus mujeres de bellas palabras (que son hermosas, que son astutas, que son laboriosas) probablemente logren que se queden en sus cocinas, en sus camas y en sus casas, cuidando los niños, con mayor facilidad que con el azote físico y mental. De hecho, puede ser una forma de violencia de la que el usuario siquiera esté enterado. Como toda cuestión cultural y masiva, cuenta con el efecto de la bola de nieve.

Es gracioso. Aún hoy, uno busca belleza, hermoso o cualquier otro adjetivo que exalte la hermosura y las primeras cinco páginas de imágenes son de mujeres (descontando otras cosas no humanas), con toda seguridad. La mujer está tan colocada mundialmente en el centro del escenario de la belleza, que es casi imposible darlas vuelta, ponerlas en un lugar de igualidad.

Sin embargo, quisiera terminar este texto, que probablemente proseguirá más adelante, con un pequeño llamado de atención a mis queridas lectoras (si es que tengo alguna). He notado, a medida que mi poder de observación ha crecido y ha crecido mi concepción de cosmos, que las mujeres, tristemente, han terminado por creer en la mentira de hombres y mujeres del pasado; y así se manejan, haciendo, diciendo y comportándose con lo que está bien, con lo que la gente espera de ellas y cómo se lo espera; doblegándose con la mensedumbre del ganado ante los pedidos populares, y la mujer no puede dejar de estar en ese lugar, construído en miles de años de historia. Es triste, porque de ser humano a ser humano, existen momentos en los que realmente quisiera que varias mujeres que conozco fueran capaces de hacer, decir o cambiar ciertas cosas que parecen más molestarme a mí que a ellas. Y donde yo veo falta de libertad o de elección, a veces ellas no ven nada, o a veces ellas lo ven y deciden no hacer nada.

Mujer, mujeres, mujercitas. Todos venimos de entre sus piernas. Todos las amamos. Son, en verdad, la simbología universal para definir a la belleza; pues es en la mujer que el género humano alcanza su punto más alto, más dulce, quizás más apacible. A veces quisiera que pudieran sacudirse esas cadenas que tienen encima, o que simplemente supieran o se dieran cuenta de que existen otras posiblidades ahí afuera.

Personalmente, me encanta representar todo con palabras, y las mujeres rodean mis escritos y lo hacen porque las amo, amo su género y todo lo que son y, más que nada, creo que me atraen tanto por ese viejo y oscuro misticismo que se les ha adjudicado, en parte, y porque el enigma de su mente me resulta irresoluble, en otra parte. Despierten a la vida y no vayan de un extremo a otro; simplemente sean conscientes, sean libres, o traten de serlo en el márgen que puedan; pero siempre, siempre cuenten con su márgen, SU propio márgen, sin la ayuda de ningún otro ser humano.

Rosario fue una ciudad, y además fue una mujer, que me vio crecer y me amó como una madre ama a su hijo; Córdoba me ha recibido con asco al principio, pero ahora me recibe, lujuriosa, de brazos abiertos; mi musa cambiante también tiene la faz de una mujer, y creería que todas las personas que son importantes en este punto de mi vida son mujeres, o tienen, al menos, una faceta encontrada en su personalidad a la que se le podría dar el carácter de femenino.

Gracias por existir, mujeres, féminas, musas, ciudades; belleza, inteligencia, maternidad; hermanas, amantes, ancianas. Son todo eso y más; sépanlo, si no lo sabían ya. No se piensen en tres dimensiones; habiten las dimensiones de supuesto y del legado, de la trascendencia y la ascendencia, de la descendencia y de la fantasía. Son los seres más adecuados para hacerlo.

No voy a decirles que se alejen de la nicotina, porque sería estúpido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario