viernes, 6 de enero de 2012

El Honor y La Inocencia

Revisando fuentes históricas uno encuentra escenarios que harían desternillar de la risa a Groucho Marx, o quizás llorar a Gengis Khan. Nunca lo sabremos, así como no estamos seguros de la inmortalidad del cangrejo, o de que Lovecraft tuviera en su posesión alucinógenos, o que la gente de Hiroshima sean excelentes actores.

Vamos a ir por partes, como siempre, y nos vamos a detener en la escenificación del evento (la idea) valiéndonos de dos hipotéticos personajes que, con la gracia de la facilidad de palabra, crearemos mediante este sencillo acto; uno será el Maestro, a quien llamaremos Luis y enseñará historia de primaria, y el otro será Rodolfito, apodado Merengue por sus compañeros debido a una anécdota que no viene al caso.

Luis es un Maestro de los viejos, que ama dar clase y ama la historia. Tiene una mentalidad gentil pero inflexible, y recuerda los detalles de la parte de la historia que le tocó contar al pie de la letra; sabe cuánto calzaba San Martín e inclusive cual era la contraseña que usaba Sarmiento para entrar en los burdeles. Pero obviamente por lo que los niños lo recuerdan es por su exactitud con las fechas, cosa que cualquier niño detesta o rechaza por naturaleza. Es consecuencia de las matemáticas y su enseñanza rígida y poco aprehensible que los números, cualquier fuera su forma, nos aborrezcan de pequeños.

Merengue, por el otro lado, es un chico ocurrente como todo pícaro en esta historias, con al suficiente determinación como para contestarle al maestro y el sentido de ubicación como para dejar al Maestro bien parado, dentro de su pequeño esquema de "yo soy la urna que tu has de llenar". Sin embargo, no por eso Merengue (o Merenguito) deja de ser niño, deja de ser feliz, deja de se travieso, transgresor, alegre y triste, y todas esas cosas que son los niños.

Hete aquí que Merenguito no ha cumplido sus deberes y ha de quedarse un tiempo más en el aula con Luis, repasando la lección. De hecho, la vuelta de obligado es un evento lejano para nosotros y es sumamente recordable, pero carece de toda pasión para Merenguito.

En un determinado momento en que Luis hace una pausa y Merenguito cree posible hablar, hace una pregunta como para interrumpir la lección, más que para dañar la doxa de su docente:

-Profe, cómo sabe que todo esto pasó?-
-Cómo?- pregunta Luis, herido en su orgullo más niño.
-Claro. Todo esto que usted nos cuenta pasó hace un montonazo de años. Usted no había nacido todavía, no?-
-Claro que no, Rodolfo- dice con el tono más paternalista que le es posible
-Entonces como puede asegurar que las cosas salieron como usted dice que salieron?-
-Es muy sencillo, Rodolfo. Existe gente que escribe las cosas que pasan, las que están pasando ahora mismo, al pie de la letra. Gracias a ellos, los Historiadores, es que sabemos cómo pasaron las cosas-
-Si profe, eso lo entiendo, pero no me gusta. Es decir, imagínese esto; yo todos los fines de semana voy a ver a los chicos de La Barriada, que juegan al futbol. Cuando comentamos desde la tarima cómo va el partido, siempre queremos que ganen ellos, y no otros. Si le tengo que contar el partido yo, no va a ser lo mismo que si se lo cuenta alguien de otro cuadro-
-Si, eso es muy cierto y muy maduro de tu parte el haberte dado cuenta- dice Luis, pensando que tiene la sartén por el mango -Eso se llama determinismo histórico; quiere decir que una mayoría decide, entre todos, cómo fue que realmente pasaron las cosas, o se elige una versión de tu partido contada por gente de muchos clubes. Así se logra contar una historia más o menos justa-
-Pero profe... igualmente van a haber clubes más chicos, cuadros o juntadas de chicos que son menos, y que no van a estar en la mayoría-
-Siempre existen esos, y sus historias son recogidas por recopiladores o se pierden- dice Luis, cansado de verse derrotado.
Hay un rato de silencio mientras ambos meditan; Luis, en cómo remontarla, Merenguito, en ver si puede irse de una vez por todas.
-Aunque hay algunas cuestiones que son innegables- dice Luis.
-Qué cuestiones, profe?-
-Por ejemplo, el sacrificio del Sargento Cabral para salvarlo a San Martín. Esa es una historia que vale ser recordada.-
-Pero cómo sabemos que pasó así?-
-Hay que confiar en lo que nos dejaron escrito, Rodolfo-
-Mi papá dice que los diarios mienten todo el tiempo - dice Merenguito, creyendo encontrar una piedra fundamental en el zapato de Luis -Usted dijo que hay gente que escribe todo el tiempo lo que está pasando. Los diarios salen todos los días, así que ellos son los que escriben la historia del día a día. Entonces, la historia que van a aprender los chicos en el futuro van a ser mentiras?-
-Bueno Rodolfo, pero eso...-
-Y si los diarios de la época de Cabral y San Martín también mentían?-
Luis se queda callado, pero se sonríe, sintiéndose ganar en sus adentros; Rodolfo es demasiado chico para explicarle el subjetivismo histórico y sus vertientes, o cómo tantas versiones de una misma historia pueden coexistir.
-Andate a tu casa, Rodolfo- dice, triunfante -Te lo ganaste-

Ambos se retiran, obviamente hinchados de la felicidad de los campeones; uno, del conocimiento, el otro, de la picardía que le permitió llegar a ver El Zorro a su casa a horario.


Sin embargo, este texto no termina acá. Me gustaría explayar un par de puntos más sin valerme de más personajes.
La historia del Sargento Cabral, así como el exterminio a lo largo de la historia, los mártires de todo tipo y tantos otros casos, se ven teñidos por dos cualidades que hoy por hoy parecen no existir; el honor y la inocencia. La cultura post-moderna se jacta de ser lo suficientemente evolucionada como para descreer de esa vieja mentira que era el Honor, y la disfrazan de valores (es un buen tipo, es un hijo de puta); a su vez, se cree lo suficientemente corrompida como para no valerse la inocencia, valor que solamente es admirado en niños de cada vez más escasa edad.

Irónicamente, vemos estos titulares en todos los diarios del mundo. Especialmente la inocencia, que parece ser un valor que solamente se expresa post-mortem en la mayoría de los casos; tal accidente generó tantas víctimas inocentes, tal villano aniquiló la vida de tantos inocentes. O quizás, la manera más fría en que la sangre circula sea con el fino arte de la estadística: tantísimos inocentes mueren de hambre por año, tantos otros inocentes mueren con una esperanza de vida demasiado baja.

Sin embargo, no encuentro redactor que exprese comunmente que una persona es inocente, como si fueran valores de descarte, que se ponen sobre el cadáver o el condenado como una medalla de honor.

Ahora, respecto al honor, es una cuestión más silenciosa, pero no por eso menos siniestra. Los héroes de la historia, que al parecer son muchísimos, son siempre honorables, aunque no se denoste gráficamente esta cualidad. Siempre salen a relucir virtudes y valores que el héroe tenía y ejercía en vida, dando gala de un hombre superior que vivió en su tiempo para colaborar con la gran escalera del proceso, en mayor o menor medida.

Una realidad nos surge al redactar este artículo; la inocencia es una cualidad que ningún hombre posee, ya que solamente pueden tenerla vegetales, animales y cadáveres. Ningún hombre es inocente desde el momento en que empieza a hacer decisiones en su vida; puede que ignore las razones por las cuales su vida va a terminar de una manera más o menos rápida, pero esto no lo hace ni inocente ni estúpido, simplemente le da el escudo de la no-sapiencia.

El honor, por el otro lado, es una cualidad facetada que todos aceptamos y que forma parte de los grandes sistemas del mundo solo representativamente; si creemos en los héroes, tenemos debidamente que creer en la fantasía, pues al no existir hombres inocentes, tampoco deberían existir los héroes. Si aceptamos las versiones de la historia que nos llegan, hemos de creer en esa nebulosa comunitaria que el patrimonio de la historia humana, o debemos sumirnos en la más negra de las dudas respecto a si Urquiza era realmente adicto al Opio, o Anastacia terminó como Mujer Barbuda en el circo de Moscú. No existe realidad comprobable para el que no puede creer en la historia humana, rellenada siempre con el enduído de la inventiva y la fantasía.

Queridos amigos, los dejo nuevamente con estas reflexiones. Ah, y ni se les ocurra acercarse a la Nicotina.

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